En días recientes estuvo en Guatemala,
el harbano Zeid Ra´ad Al Hussein, el mero mero alto comisionado de
la ONU en materia de Derechos Humanos. Y como ha acontecido desde
hace muchos años, y como era de esperar en esta ocasión, el informe
relacionado con su visita al país ha llenado de vergüenza a muchos,
de estupor a otros, de indiferencia a la mayoría, y también como
suele ocurrir, no ha faltado la andanada de expresiones de rechazo,
siguiendo la moda esa de señalar a los funcionarios internacionales
por su intromisión en “nuestros asuntos”.
Así, durante unas horas -porque los
resultados de la visita ya se empiezan a olvidar- Zeid Al Hussein fue
colocado en la misma hoguera donde se tiene a Iván Velásquez, a
Anders Kompass, a Valerie Juliand y a Todd Robinson, y todo por esa
costumbre de ir a donde nadie los necesita y meterse hasta la cocina,
donde tampoco los han llamado.
¿Y qué dice el informe del jordano?
Pues, para empezar, una serie de descabelladas fantasías. Entre
estas: que alrededor del 60 % de la población guatemalteca vive en
la pobreza absoluta, el 23 % en la pobreza extrema; el 46.5 % de las
niñas y niños menores de cinco años padece desnutrición crónica;
más del 20 % de la población no sabe leer ni escribir, y entre las
mujeres indígenas esta cifra asciende al 43 %.
Además, este árabe entrometido
sostiene que el Estado “apenas” asigna el 3.15 % de su PIB al
sector salud, “en un país donde las enfermedades crónicas van en
aumento, incluidas las infecciones por VIH, que han incrementado un
167 % desde 2010”. ¡Válganos! ¿Quiere decir, entonces, que no
han funcionado la distribución de preservativos a granel ni los
programas de educación sexual y planificación familiar que el
Ministerio de Salud impulsa en todo el país, con la decidida
colaboración de la Iglesia?
¡Increíble! ¿Pero es que acaso este
señor no se pudo dar cuenta que Guatemala es uno de los lugares más
parecidos a la Yanna, el paraíso musulmán? ¿Nadie le explicó que
en este territorio la mayoría de la gente vive de lo más feliz y
agradecida con la hermosa vida que le ha tocado? Por lo visto,
tampoco hubo quien le explicara que ese millón de niños y niñas
que no van a la escuela, al final no representa nada en la ecuación,
porque al fin y al cabo ya se acostumbraron a vivir así, y para
vender verdura allá en el mercado de la aldea, no hace falta saber
de matemática o ciencias naturales y no es ningún árabe aventado
con honda el que los va a sacar de ese maravilloso estado de
inmovilismo.
Lo más seguro es que vino con el
alfanje desenvainado, y por eso nadie fue capaz de hacerle ver que un
46.5 % de menores de cinco años padeciendo desnutrición crónica es
el resultado de que esa gente así lo quiere y nada más. No estarían
en esas condiciones si tan solo destinaran una parte de sus jugosos
ingresos a comprarse un iPhone Volp y así descargar la fantástica
app que recomienda Gloria Álvarez para aprender buenas prácticas de
nutrición.
Dice que una de sus fuentes fue el
propio presidente, el moralista Morales. ¡Ahí está el detalle!,
como diría aquel que sí era actorazo. ¿Por qué diablos no habló
con nuestro preclarísimo señor vicepresidente y exrector mediocre?
¡Él sí sabe de políticas sociales! Seguramente él le hubiera
enmendado la plana al explicarle que los migrantes se van del país,
no por ser pobres, sino porque tienen un enconado afán por el
turismo de aventura. Esa búsqueda de emociones extremas y no otra
cosa, es la razón que los motiva a desafiar los peligros que
aparecen en la ruta hacia el american dream.
Y lo peor es que este mensajero del
desierto no es nada original. Aguantan ustedes que nos receta el
mismo cuento que otros nos han relatado y que, sin duda, fue tomado
de Las mil y una (el libro) porque se refiere a un imaginario lugar
en los términos siguientes: “Había una vez un país llamado
Guatemala, donde existían dos realidades: una pequeña minoría que
disfrutaba de un país moderno y funcional donde se concentra el
poder económico y político” y el resto de la población con un
país donde sufría “discriminación, marginación y los efectos
perniciosos de la corrupción y la impunidad”.
¡Ve qué lengua! Si este es un país
democrático y pluralista. Así lo dice nuestra Constitución y todos
la cumplimos. Por eso es que cualquier emprendedor puede salir
adelante y progresar. El mejor ejemplo son las pequeñas y honradas
fortunas de los Gutiérrez, los Castillo y, muy especialmente, la de
un tal López Estrada que hace apenas tres décadas era un
funcionario público gris, pero que con dedicación, trabajo y
honradez llegó a ser un magnate de primer nivel, echando por la
borda todo el escarnio y la envidia de esos socialistas resentidos
que se refocilan con enlodar el éxito del empresario decente.
Y otra cosa que no se ve claro es por
qué a este hachemita le preocupa la corrupción. ¡Pero si esta es
tan normal! ¡Ya lo dijo muy claramente nuestro iluminado presidente!
Lo que pasa es que aquí hacen gran alharaca de todo. Por eso la
indignación del mandatario ante el inconfesable atropello contra su
benjamín, José Manuel Morales Marroquín, tan solo por una
facturita chafa extendida para ganarse una pinche comisión sobre Q
90 mil que costaron 564 desayunos no servidos. ¡Travesuras de
adolescente emprendedor!
Ya en serio. Sin lugar a dudas,
el informe del alto comisionado para los Derechos Humanos no
sorprende a la mayoría de personas que por una u otra razón se
dedican al estudio de la realidad nacional, pero aún así representa
un sonoro latigazo para las élites. Todos los reportes suelen ser
dramáticos, lapidarios y categóricos, a veces parecen calcados al
carbón, pero es porque Guatemala sigue sin trazar la ruta para
superar esos indicadores de vergüenza, de atraso y de miseria
material y moral, que han determinado el círculo intergeneracional
-eterno, diría yo- de pobreza.
Mientras persista ese panorama
desolador; mientras la falta de oportunidades siga lacerando nuestra
esperanza y la de las nuevas generaciones; mientras las autoridades
continúen indiferentes frente al irrespeto de los derechos humanos
(todos, no solo los políticos) y mientras nosotros no seamos capaces
de reaccionar frente a esta situación de pecado social -como dirían
los obispos- ¡tendremos que darle la bienvenida a más extranjeros
entrometidos!