viernes, 10 de noviembre de 2017

LA IZQUIERDA EN MI PAÍS



Por: Edgar Rosales

En un artículo anterior hice unadisección, más o menos aproximada según lo que permite esteespacio, acerca de ese sector conservador, hegemónico, anquilosado en el ayer y responsable del grave atraso económico y social de Guatemala, al cual se le conoce como derecha neoliberal (eufemismo por capitalismo salvaje). Toca, en aras del balance, un ejercicio similar en torno a su histórico antagonista: la izquierda de mi país.

Los zurdos son reconocidos por su vocación humanista, su apego a la historia y también por las múltiples fracciones que la conforman. Estas, en la época del conflicto armado se limitaban a dos: extrema izquierda o armada, e izquierda democrática electoral (no electorera). En la actualidad se han fragmentado mucho más, hasta construir un espectro que va desde el centro izquierda, pasa por tonalidades de color delicado y llegan al extremismo radical; ese que aún cree en el método marxista de interpretación de la Historia, que despotrica contra el imperio y cree que sin reforma agraria no hay progreso.

Sin embargo, en este enfoque me centraré en “la izquierda oficial” y otros pequeños grupos de reciente creación, sucedáneos de la que alguna vez se conoció con el apabullante nombre de comandancia guerrillera. No obstante el carácter ultraconservador de la sociedad guatemalteca, siempre he sostenido que las tendencias izquierdistas deberían tener un apoyo mayoritario en mi país.

¿Cómo así? ¿Y no en las elecciones apenas alcanzan un 4 o 5 %? Aún así, sostengo que son muchos más quienes anhelan una sociedad sin pobreza, con oportunidades amplias, sin contradicciones groseras… aunque no se reconozcan a sí mismos como izquierdistas. Y si agregamos a ecologistas, pueblos indígenas y trabajadores en general, tendríamos un hipotético megapartido poderoso y arrasador en elecciones. Lamentablemente, la izquierda no ha caído en esa cuenta.

Veamos una de sus utopías: la “unidad de todas las izquierdas”. Lo escuché por primera vez hace unos 40 años. En algunas ocasiones casi se concretó, como en el caso del desaparecido Frente Democrático Nueva Guatemala (FDNG), cuando por primera vez parecían unirse los esfuerzos de la dirigencia sindical y de derechos humanos con profesionales independientes y políticos socialdemócratas y socialcristianos.

El intento acabó cuando la excomandancia guerrillera le tiró líneas a su entonces aliada incondicional, Nineth Montenegro, para que el esfuerzo no pasara de un mediocre movimiento. Ellos ya tenían un arreglo con Álvaro Arzú para firmar la paz -a quien consideraban seguro ganador- y el FDNG no iba a bloquear dicho proyecto. Era indispensable reducirlo a grupos afines, ganar algunas curules y postular un candidato irrelevante (Jorge González del Valle). Así ocurrió.

Otros retos para la izquierda de mi país lo constituyen la incomprensión, la intolerancia y la ignorancia histórica de las nuevas generaciones, inconscientemente arrimadas al barco de la delictiva Fundación Terrorista y de columnistas o analistas solapados, cuya agenda busca exculpar a los militares asesinos y hacer creer a los milenials que se trataba de angelitos, cuyo pecado fue defender al Estado guatemalteco de la amenaza comunista.

A causa de esa manipulación, muchos jóvenes (no necesariamente de origen cool) se van de espaldas cuando se les explica que los exguerrilleros, en realidad, eran jóvenes ilustrados, idealistas y valientes, que a costa de su comodidad personal y de su propia vida se alzaron en armas contra un Estado que negaba las libertades, que violaba los derechos humanos, que torturaba, masacraba, desaparecía y arrasaba aldeas completas. Y que, mientras otras sociedades tenían a los procesos electorales como el medio que garantizaba la esencia de la democracia y la legitimidad del Estado, en Guatemala se burlaba hasta ese acto elemental por medio de escandalosos fraudes electorales.

Ahora, en 2017, el panorama es más incierto para la izquierda, no obstante el resurgimiento popular espontáneo y emotivo registrado dos años atrás al ritmo de La Línea. Ante la ausencia de líderes de izquierda, las reivindicaciones que le corresponde plantear a dicho sector han sido “cooptadas” por el oenegismo. Justicia Ya, Acción Ciudadana, CALDH o Fundación Myrna Mack no constituyen medios de representación legítima ante los desafíos políticos. Se trata de grupos que se han involucrado en esos temas por accidente, pero evitando siempre los riesgos y el desgaste que conllevan la real participación política.

Ante la incapacidad de adaptarse a los cambios generados por la despolarización mundial y a falta de iniciativas propias, la izquierda ha terminado por coincidir con su ancestral enemiga, la derecha fascista y retrógrada. Temas como esa abstracta refundación del Estado, las reformas a la LEPP -que se volvieron el saco de Santa Claus- y la depuración del Congreso, son comunes a unos y otros. Y aunque los zurdos se diferencian en el apoyo a la lucha anticorrupción, al pretender apropiarse de un esfuerzo que le pertenece a toda la sociedad, ello los retrata como oportunistas y tampoco les representa mayores réditos políticos.


Y así, con una derecha atrofiada y una izquierda esclerotizada, a esta última solo le queda volver los ojos hacia la Plaza, al “poder soberano del pueblo”, “a los paros nacionales”, a una utópica ANC plurinacional y no sé qué más. Pareciera que, como en los plañideros versos de Violeta, lo único que va quedando es: volver los ojos al cielo, con la esperanza infinita…

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