Por: Edgar Rosales
En un artículo anterior hice unadisección, más o menos aproximada según lo que permite esteespacio, acerca de ese sector conservador, hegemónico, anquilosado
en el ayer y responsable del grave atraso económico y social de
Guatemala, al cual se le conoce como derecha neoliberal (eufemismo
por capitalismo salvaje). Toca, en aras del balance, un ejercicio
similar en torno a su histórico antagonista: la izquierda de mi
país.
Los zurdos son reconocidos por su
vocación humanista, su apego a la historia y también por las
múltiples fracciones que la conforman. Estas, en la época del
conflicto armado se limitaban a dos: extrema izquierda o armada, e
izquierda democrática electoral (no electorera). En la actualidad se
han fragmentado mucho más, hasta construir un espectro que va desde
el centro izquierda, pasa por tonalidades de color delicado y llegan
al extremismo radical; ese que aún cree en el método marxista de
interpretación de la Historia, que despotrica contra el imperio y
cree que sin reforma agraria no hay progreso.
Sin embargo, en este enfoque me
centraré en “la izquierda oficial” y otros pequeños grupos de
reciente creación, sucedáneos de la que alguna vez se conoció con
el apabullante nombre de comandancia guerrillera. No obstante el
carácter ultraconservador de la sociedad guatemalteca, siempre he
sostenido que las tendencias izquierdistas deberían tener un apoyo
mayoritario en mi país.
¿Cómo así? ¿Y no en las elecciones
apenas alcanzan un 4 o 5 %? Aún así, sostengo que son muchos más
quienes anhelan una sociedad sin pobreza, con oportunidades amplias,
sin contradicciones groseras… aunque no se reconozcan a sí mismos
como izquierdistas. Y si agregamos a ecologistas, pueblos indígenas
y trabajadores en general, tendríamos un hipotético megapartido
poderoso y arrasador en elecciones. Lamentablemente, la izquierda no
ha caído en esa cuenta.
Veamos una de sus utopías: la “unidad
de todas las izquierdas”. Lo escuché por primera vez hace unos 40
años. En algunas ocasiones casi se concretó, como en el caso del
desaparecido Frente Democrático Nueva Guatemala (FDNG), cuando por
primera vez parecían unirse los esfuerzos de la dirigencia sindical
y de derechos humanos con profesionales independientes y políticos
socialdemócratas y socialcristianos.
El intento acabó cuando la
excomandancia guerrillera le tiró líneas a su entonces aliada
incondicional, Nineth Montenegro, para que el esfuerzo no pasara de
un mediocre movimiento. Ellos ya tenían un arreglo con Álvaro Arzú
para firmar la paz -a quien consideraban seguro ganador- y el FDNG no
iba a bloquear dicho proyecto. Era indispensable reducirlo a grupos
afines, ganar algunas curules y postular un candidato irrelevante
(Jorge González del Valle). Así ocurrió.
Otros retos para la izquierda de mi
país lo constituyen la incomprensión, la intolerancia y la
ignorancia histórica de las nuevas generaciones, inconscientemente
arrimadas al barco de la delictiva Fundación Terrorista y de
columnistas o analistas solapados, cuya agenda busca exculpar a los
militares asesinos y hacer creer a los milenials que se trataba de
angelitos, cuyo pecado fue defender al Estado guatemalteco de la
amenaza comunista.
A causa de esa manipulación, muchos
jóvenes (no necesariamente de origen cool) se van de espaldas cuando
se les explica que los exguerrilleros, en realidad, eran jóvenes
ilustrados, idealistas y valientes, que a costa de su comodidad
personal y de su propia vida se alzaron en armas contra un Estado que
negaba las libertades, que violaba los derechos humanos, que
torturaba, masacraba, desaparecía y arrasaba aldeas completas. Y
que, mientras otras sociedades tenían a los procesos electorales
como el medio que garantizaba la esencia de la democracia y la
legitimidad del Estado, en Guatemala se burlaba hasta ese acto
elemental por medio de escandalosos fraudes electorales.
Ahora, en 2017, el panorama es más
incierto para la izquierda, no obstante el resurgimiento popular
espontáneo y emotivo registrado dos años atrás al ritmo de La
Línea. Ante la ausencia de líderes de izquierda, las
reivindicaciones que le corresponde plantear a dicho sector han sido
“cooptadas” por el oenegismo. Justicia Ya, Acción Ciudadana,
CALDH o Fundación Myrna Mack no constituyen medios de representación
legítima ante los desafíos políticos. Se trata de grupos que se
han involucrado en esos temas por accidente, pero evitando siempre
los riesgos y el desgaste que conllevan la real participación
política.
Ante la incapacidad de adaptarse a los
cambios generados por la despolarización mundial y a falta de
iniciativas propias, la izquierda ha terminado por coincidir con su
ancestral enemiga, la derecha fascista y retrógrada. Temas como esa
abstracta refundación del Estado, las reformas a la LEPP -que se
volvieron el saco de Santa Claus- y la depuración del Congreso, son
comunes a unos y otros. Y aunque los zurdos se diferencian en el
apoyo a la lucha anticorrupción, al pretender apropiarse de un
esfuerzo que le pertenece a toda la sociedad, ello los retrata como
oportunistas y tampoco les representa mayores réditos políticos.
Y así, con una derecha atrofiada y una
izquierda esclerotizada, a esta última solo le queda volver los ojos
hacia la Plaza, al “poder soberano del pueblo”, “a los paros
nacionales”, a una utópica ANC plurinacional y no sé qué más.
Pareciera que, como en los plañideros versos de Violeta, lo único
que va quedando es: volver los ojos al cielo, con la esperanza
infinita…
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