Por: Edgar Rosales
Hoy
me urge -ojalá tanto como a usted- desligarme de la realidad
cotidiana. De los problemas de esta sociedad y encarrilarme, siquiera
levemente, en ese tren del Adviento que inspira sentimientos
positivos e iluminados. Quizá por ello recordé que hoy se
cumplen 247 años de su advenimiento en la ciudad de Bonn, Alemania.
Era el 17 de diciembre de 1770 y,
de acuerdo con la tradición, las aguas bautismales debían caer
sobre la cabecita del recién llegado, un día después de su venida
al mundo.
Nadie
entre los asistentes imaginaba -como suele ocurrir- que un día el
orbe se habría de rendir a los pies de aquel bebé, reconociéndole
como el más grande genio de la música que ha existido en este
planeta. «En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, yo
te bautizo como Ludwig Van Beethoven», habrán sido las solemnes
palabras
del sacerdote (expresadas
en latín, por supuesto, que era lo usual).
Pero
no es mi propósito presentar aquí una biografía del genio,
tarea imposible como improductiva para un profano, además de que
dicha labor está cubierta de manera muy efectiva por la santa
Wikipedia. Me quedo en un pequeño homenaje limitado a la admiración
personal hacia la que considero su obra monumental: la Novena
sinfonía de Beethoven, también conocida
como Sinfonía con coros finales sobre la Oda
a la Alegría de Schiller; Sinfonía
N°. 9, opus 125, en Re menor o simplemente,
Sinfonía coral.
Aún
sin las calidades de un experto musicólogo, fácil se cae en la
cuenta de que esta no es una sinfonía común y corriente (bueno,
ninguna lo es). Es decir, no es una mera serie de notas musicales
acomodadas de manera agradable y erudita. Se trata de un magno
acontecimiento, de una novela épica; una historia extrema. Según
expertos, es un trabajo con múltiples concepciones, que además de
lo musical, tiene matices psicológicos, filosóficos, poéticos y
espirituales. Sin lugar a dudas, la Novena
sinfonía de Beethoven es la obra musical más
portentosa jamás escrita en la historia de la humanidad.
Solo
en la mente de un genio de su talla podía concebirse un monumento
sonoro de tal magnitud. A él -y solamente a él- se le había
ocurrido romper la tradición sinfónica de la forma sonata de cuatro
movimientos y en su Sexta sinfonía
(Pastoral), incluyó cinco. Y aunque se afirme que, en rigor, esta no
es una sinfonía desde el punto de vista musicológico, el mero hecho
de romper con lo usual para mejorarlo, nulifica cualquier censura.
Igualmente,
solo
a él se le podía ocurrir una sinfonía con una parte coral.
Profundo admirador de Friedrich von Schiller, al leer su Oda
a la Alegría algo tocó esas fibras geniales
que lo animaron a incluirlo en la fastuosa sinfonía que había
empezado a escribir en 1794, aunque no se estrenó sino hasta 20 años
después, en 1824, después de desechar más de 200 versiones.
Foto:
Discos de Beethoven de la colección privada del autor. Foto de Nade Rosales.
En
esencia, lo que inspiraba a Beethoven al escribir esta obra era un
relato complejo: la liberación de la humanidad, retratando las
diversas rémoras que se imponen en el camino. Así, el primer
movimiento representa el destino cruel al
que está condenada la raza humana. De ahi su ritmo pausado -allegro
ma non troppo, un poco maestoso- y su tono
melancólico. El segundo
movimiento -scherzo,
molto vivace- es el intento de rebelión ante
ese destino de sufrimiento. Es una reacción enfurecida hacia la
divinidad. Probablemente revela el dolor interno que agobiaba al
genio, a causa de la durísima vida que llevó desde la infancia.
El
tercer movimiento
-adagio molto e cantabile-
vuelve al tono apagado. Obviamente no fue suficiente el acto de
rebeldía recogido en el movimiento anterior, y la humanidad,
impotente, busca refugio en un poder supremo; en la promesa de una
vida eterna después de la vida. Es decir, lo religioso por sí solo
no libera la angustia de la humanidad, a juzgar por el tono
sentimental y lánguido del movimiento.
La
introducción al cuarto
movimiento -presto-
luce como una continuación del pesimismo anterior, hasta que es
destrozado por la irrupción abrupta y vigorosa del barítono: O
Freunde, nicht diese Töne! Sondern laßt uns angenehmere anstimmen,
und freudenvollere. Freude! Freude! («Oh
amigos. Ya no más esta música. Cantemos canciones más agradables y
plenas de alegría. ¡Alegría! ¡Alegría!»), frase escrita por el
propio Beethoven, antes de dar paso al texto de Schiller.
¿Por
qué «ya no más esta música»? Obviamente, no hay alegría en los
movimientos anteriores y, acorde con la naturaleza humana, esta
necesita rebelarse contra su tragedia y sustituirla por sentimientos
elevados: la fraternidad y la hermandad recogidas por Schiller en su
poema y que Beethoven anhela que un día surjan para llenar con
alegría -hija de Eliseo- y dar lugar a la festividad más hermosa de
la que haya sido testigo el Universo. Los hombres, saturados por el
fuego prometéico,
se rinden abrumados por la felicidad, ante un Dios que les devuelve
el espíritu de la amistad en lugar de la resignación del súbdito.
Es el encuentro con el Dios de los hombres libres.
Beethoven
estrenó su Novena sinfonía
a sala llena, aunque jamás pudo escucharla. Nadie quería perderse
el estreno de lo que se presumía sería la última aparición del
genio, debido a los rumores de una severa merma en su salud. Para
entonces había perdido totalmente el sentido de la audición, pero
aún así siguió la conducción en una copia de la partitura,
imaginando lo que todos escuchaban fascinados. Es verídico que
siguió dirigiendo aun después de
que ya había concluido la presentación, hasta que alguien lo tomó
del brazo y lo colocó frente al escenario para que pudiese ver los
gestos de júbilo con que el público le premiaba.
En
lo personal, he perdido la noción de cuántas veces la he escuchado,
pero sí recuerdo que desde mi primer encuentro me enamoré
irremisiblemente de ella. Y desde entonces no he parado de
escucharla, cada vez con renovados bríos, con novedosos
descubrimientos e inéditas emociones; tanto que me llevan hasta las
lágrimas: lágrimas que tonifican el alma.
Y
cuando uno ha tenido en vida la dicha de conocer maravillas como
esta, no puede sino continuar escuchándola hasta el día en que la
muerte nos separe, como si se tratara de la persona amada. Aún así,
ese día saldrá derrotada la parca, porque su visita inexorable
abrirá la esperanza de oírla nuevamente, ahora en inimaginables
dimensiones y sintiendo emociones jamás conocidas en la Tierra.
Incluso, entonces tal vez le busque cada 16 de diciembre para
decirle, con rendido agradecimiento: ¡Infinitas gracias por esa
Novena... y feliz
cumpleaños, señor Beethoven!
PS. Para quienes aún no han escuchado
la Novena Sinfonía de Beethoven los invito a hacerlo en los
siguientes links:
Primer Movimiento
Segundo Movimiento
Tercer Movimiento
Cuarto Movimiento
Impresionante: Coro de 10 mil voces
interpreta el Cuarto Movimiento
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