Por: Édgar Rosales
Todavía me estremezco de emoción al recordar
aquellas manifestaciones de protesta de finales de los años 70.
Algunas excepcionalmente masivas, como la marcha de aquel 25 de
octubre de 1978 en repudio al asesinato de Oliverio Castañeda de
León, acaecido apenas cinco días atrás. O el particularmente tenso
sepelio de las víctimas de la embajada de España, el 2 de febrero
de 1980, cuando la presencia de las fuerzas luquistas amenazaba con
desencadenar otro episodio sangriento.
La oratoria fogosa de los dirigentes de
entonces, o el simple hecho de sacarle la madre a los esbirros de
turno, terminaban por desbordar el ánimo y sentirnos muy convencidos
de que “el triunfo” estaba cerca. Unas veces era la indignación,
otras, era el optimismo lo que inspiraba esa sensación de fortaleza, de
unidad, de victoria proletaria. Y al final, como ya se sabe, no ocurrió nada…
excepto que hicimos historia, que la dirigencia popular fue
perseguida, desaparecida o asesinada y, que de esa forma salvaje fue
desarticulado para siempre aquel hermoso movimiento de masas.
(Movimiento histórico) Momento en que un grupo de dirigentes de la AEU coloca la ofrenda floral en homenaje al entonces recién caído líder estudiantil Oliverio Castañeda de León, después de llevar a cabo una impresionante marcha popular.
En los últimos años hemos presenciado
un interesante resurgir de las expresiones populares, aunque en
condiciones muy distintas y propósitos muy diferentes de los de
entonces. Estamos al borde de un estallido social, opinan algunos expertos (y muchos que no lo son tanto). Sin embargo, si de algo debemos estar convencidos es que en
Guatemala, con el panorama de miseria, de injusticia, de falta de
oportunidades, de desnutrición y del dominio de los capitales
evasores de impuestos, desde hace rato existen condiciones objetivas
para una revolución, aunque no toda situación revolucionaria da
lugar a esta, como decía Lenin. Lo que está en pañales son las
condiciones subjetivas, es decir, un elevado nivel de conciencia de lucha, indispensable para
consumar el proceso revolucionario. Conciencia que nace del trabajo
de base, no de likes o retuits.
Increíblemente, en el 2015 fue un
monumental escándalo de corrupción -y no las graves condiciones
socioeconómicas del país- lo que sacudió la conciencia adormecida
del sector popular, haciendo migas con la clase media urbana y capas
más altas, para exigir la persecución de los corruptos y el fin de
las estructuras mafiosas entronizadas en el Estado guatemalteco.
He aquí una diferencia diametral
respecto del movimiento popular histórico: mientras aquel era
profundamente ideológico y buscaba transformar la sociedad, el
actual es de visión inmediatista y se queda en la reivindicación de
aspectos que, apenas de manera periférica, buscan aliviar -no
solucionar- el crítico panorama social, político y económico del
país.
Debido a esta limitada visión, las
acciones actuales carecen de orientación definida, producto de la
falta de dirección estratégica (liderazgo sí hay) capaz de definir
métodos, procedimientos y plantear demandas coherentes. Por ello,
acciones como las del jueves 16 de noviembre, pese a ser masivas, no
alcanzan mayores avances. Decididamente, la sola movilización masiva
no garantiza resultados positivos. El movimiento actual es prolífico
en exigencias, pero no todas relevantes. Algunas no superan el plano
de la mera ocurrencia. Cada agrupación lleva a la marcha su agenda
particular y si esta es factible o no, serán otros 100 pesos.
En el Paro Nacional del 20
septiembre estaba muy claro que el Pacto de Corruptos motivó
a la gente a retomar la calle. Sin embargo, en la marcha del jueves,
los objetivos eran difusos. Y es que cuando se pide la renuncia del
presidente Morales y el vice Cabrera al mismo tiempo que la dimisión
de los 120 diputados y sus suplentes, o se llama a integrar una
Asamblea Nacional Constituyente, que además debe ser Plurinacional y
Popular, o se exige el cese de los desalojos en las comunidades a la
par de reformas inmediatas a la Ley Electoral y de Partidos
Políticos, el resultado es una indigerible carta a Santa Claus.
Peticiones a granel. La mayoría de colectivos recién surgidos, se caracteriza por la abundancia de peticiones, sin centrarse en las que son más factibles y urgentes.
En los movimientos de los 70, por
ejemplo, las demandas eran únicas y unitarias. Si la AEU organizaba
una manifestación, esta era respaldada por el Frente Democrático
Contra la Represión, ente que aglutinaba a sindicalistas (CNUS y
CNT), campesinos (CUC), magisterio (ANM y STEG), estudiantado de
educación media (ANEEM), partidos políticos (FUR y PSD) y así por
el estilo, un abrumador desfile de siglas, sectores y conciencias,
todas con demandas coincidentes y claras. Además, difícilmente se
llevaban a cabo dos movilizaciones con pocos días de diferencia,
como ha ocurrido ahora, cuando Codeca y la Plataforma Ciudadana -cada
una por su lado- desarrollaron actividades que bien pudieron
concentrarse en una sola, con economía de recursos y menor
dispersión de objetivos.
Pese a todo, le veo enorme potencial a
este relanzamiento del sector popular. Algunos objetivos que se han
logrado deben afianzarse: se empieza a desplazar al oenegismo como
actor principal de las acciones populares y su insistencia le hace
recordar a los diputados del Pacto de Corruptos que sus desmanes no
han caído en el olvido y, sin lugar a dudas, esta será una
reivindicación permanente en su plataforma de lucha.
Lenina García, una lideresa notable y con futuro, debe desligarse de inmediato de la sombra corrupta del rector Alvarado. (Foto de El Periódico de la Usac)
Veo también, con mucha esperanza, que
Lenina García, la joven y carismática secretaria general de la AEU,
se proyecta con notable capacidad de liderazgo y que, sin la menor
duda, habrá de ser protagonista importante en la lucha política en
los años por venir. Lamentablemente, ha cometido un error que debe
enmendar de inmediato.
Y es que su liderazgo ha sido
apadrinado -mejor dicho aprovechado- por un personaje impresentable
como Carlos Alvarado, rector -jamás magnífico- de la USAC,
funcionario sin la menor calidad moral para exigir el cese de la
corrupción, al ser uno de los corresponsables de que en la máxima
casa de estudios se hayan producido hechos reñidos con la
transparencia durante los últimos dos períodos rectorales y de los
cuales ha sido uno de los meros tatascanes. Lenina no necesita de
este tipo de padrinazgos para brillar.
Los meses por venir nos habrán de
indicar si esta nueva versión del movimiento popular tiene
posibilidades de incidencia positiva o si, por el contrario, se
diluye en sus propias contradicciones, al igual que la mayoría de
intentos posteriores al descabezamiento consumado en 1982. Ojalá sus
dirigentes aprendan a descifrar los escenarios. ¡Es vital para un imprescindible cambio en la correlación de fuerzas en el país!
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