Por
: Edgar Rosales
En
esta semana, la segunda de agosto, la muerte ha estado de fiesta.
Igual lo estuvo la semana anterior y lo ha estado todo el año. Y sin
embargo, más que la cantidad de decesos que día a día inflan el
muertómetro nacional, lo preocupante es la sed de sangre que
muchos guatemaltecos manifiestan al clamar por la “pena de muerte”,
creyendo que es la fórmula mágica para terminar con el desborde
criminal.
Ese
contenido anhelo de venganza se desfoga viralmente cada vez que
ocurre un acto protagonizado por las pandillas juveniles. El más
reciente en desatar esa corriente de indignación fue la terrible
masacre del hospital Roosevelt, donde se liberó a uno de los
cabecillas que había sido trasladado para recibir atención médica.
Este caso, además de desatar la enésima furia feisbuquera
del
año,
terminó de desnudar la ineptitud de un gobierno que no termina de
aprenderse el libreto. Además, puso al descubierto las falencias de
una sociedad cínica -es decir, nosotros- que pretende resolver el
grave problema de la delincuencia -que es un problema por ella
creado- mediante el simple recurso de la aplicación sumaria y masiva
de la inyección letal.
Pánico. Las pandillas juveniles enviaron un terrible mensaje de fuerza al sembrar el pánico en el Hospital Roosevelt. (Fotos tomadas de la web de Prensa Libre)
Y
es que esa es la primera estafa que suelen comprar quienes apoyan la
pena de muerte: creer que se va a aplicar al día siguiente de
capturar a cualquier pandillero, que las ejecuciones van a ser
multitudinarias y que de esa forma los honrados que somos más “vamos
a producir tranquilamente”. ¡No señores! De consumarse semejante
despropósito, de todos modos habrá que agotar el debido proceso
-digo, si es que nos preciamos de vivir en una sociedad medianamente
civilizada-, lo cual puede tomar alrededor de 4 o 5 años antes de
proceder a la ejecución.
Y
no nos engañemos: la ineficacia de la pena de muerte está
demostrada, sobre todo en Guatemala. ¿Acaso no se recuerda que
durante el gobierno de Óscar Berger, funcionarios de la calaña de
Carlos Vielman, Javier Figueroa, Alejandro Giammattei y Erwin Sperisen, comandaban
las fuerzas de seguridad que mandaron al otro potrero a unos 2 mil
mareros, al aplicarles la pena de muerte, solo que por la vía
extrajudicial?
Pero
lejos de resolverse el problema se produjo una lógica reacción de
los delincuentes: redoblar sus actos criminales. Las estadísticas
desmienten de manera rotunda a cualquier prosélito de las
ejecuciones.
Acólitos de la muerte. Alejandro Giammattei, Erwin Sperisen, Javier Figueroa y Carlos Vielman, cuarteto infernal que propugna por la pena de muerte (Foto Publinews).
Para
lo que sí sirve la pena de muerte es para exacerbar el oportunismo electorero de gente como Zury Ríos (caso explicable desde la estructura de su ADN) o
Giammattei, cuyos resentimientos personales y continuos fracasos
políticos le incitan a descargar toda su escoria moral, que de buena
gana descargaría sobre cualquier pandillero.
Es
necesario repudiar que el Estado se rebaje al nivel de los criminales
al emplear métodos violentos que contradicen la esencia propia del
Estado. Y convencernos de que la única forma de reducir el poder de
las maras consiste en que la sociedad -es decir, nosotros- nos demos
cuenta de la necesidad de saldar esa deuda social acumulada que se
traduce en falta de oportunidades de desarrollo para nuestra
juventud.
Y ahora que en el Congreso se ha presentado una iniciativa para restablecer el indulto presidencial es imprescindible que como parte del debate se tome en consideración que, si bien es cierto, el artículo 18 de la Constitución de la República contempla la Pena de Muerte, también es importante su frase final, aunque nunca se ha tomado en cuenta: "El Congreso de la República podrá abolir la pena de muerte". Esto, aparte de estar considerando en la Ley Superior de la República, va a tono con la tendencia abolicionista mundial
Probablemente
los indignados internautas tienen razón en cuanto a la imposibilidad
de reinserción social de muchos jóvenes pandilleros. Pero también es
factible rescatar a otros muchos. Lo que sí es innegable, es que
debemos pensar en el rescate de las próximas generaciones de
guatemaltecos y darles todo aquello que la sociedad -es decir,
nosotros- nos hemos encargado de negar.
Y
tener presente que ¡la sed de sangre es propia de garrapatas y vampiros; nunca de humanos!
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