lunes, 6 de noviembre de 2017

LA DERECHA EN MI PAÍS



Por: Édgar Rosales

Publicado originalmente en revista gAZeta. (Click aquí para verlo)

A juzgar por la manera cómo se aferran al pasado, pareciera que no han caído en la cuenta de que el mundo vive nuevos tiempos y desde hace años. Su discurso atrabiliario deja la impresión que celebran la caída del muro de Berlín y el suicidio de la Unión Soviética, pero en el fondo desearían que el bloque siguiera inmutable. Y es que para reproducir su ideario, necesitan inevitablemente de su terrible enemiga, la izquierda. Pretexto inigualable para justificar su voracidad y desmanes. Algo así es la derecha de mi país.

Y esto se puede comprobar fácilmente: lea cualquier artículo de los próceres de la decadencia neoliberal -Estuardo Zapeta, Armando de la Torre, Pedro Trujillo o Alfred Kaltschmitt- y caerá en la cuenta de que, aparte de su carácter terráqueo (tres veces más agua que tierra), en sus artículos siempre sacan a bailar a la izquierda, bajo la misma óptica que acostumbraban durante la Guerra Fría: Cuba es todavía una amenaza continental, el socialismo del siglo XXI fue parido por el diablo, Rigoberta es un malagradecida y la exguerrilla guatemalteca sueña con llegar al poder, ahora como socia de la Cicig.

Y eso que hace un par de décadas proclamaban que las ideologías habían desaparecido y que, al despolarizarse, el mundo le había dado espacio a un solo sistema llamado capitalismo. Pero, precisamente porque subsisten, comprobamos que no es cierto. Maurice Duverger lo explica muy claramente: “Quienes niegan la vigencia de esta distinción suelen ser precisamente personas de la derecha, interesadas en descalificar la propia tipificación respecto de quienes se empeñan en abrir nuevos cauces a la organización social”.

EL PODER DEL MERCADO. Tanto la derecha tradicional como la "nueva derecha" tienen mucho en común y poco de distinto. Rinden pleitesía al mercado, no son capaces de crear teorías para explicar los fenómenos sociales y no dejan de pensar en la izquierda.

¡Vaya definición del gran maestro! Y prosiguiendo con los prosélitos del libre mercado, en otras pocas líneas usted habrá caído en la cuenta de que el argumentario se reduce a las mismas y gastadas ideas de los años 50, de los 60, de los 70, de los 80… de siempre: que la mano mágica del mercado, que la pesadilla del Estado benefactor, que la teoría del derrame, que las reglas claras, que el antipopulismo, que… pare de contar. Y no espere encontrar nuevas teorías -o por lo menos hipótesis- para explicar los desafíos actuales. Quizá a lo más que lleguen es al recurso de la negación. La negación del calentamiento global, la negación de las demandas sociales, la negación de la corrupción. Es entonces cuando uno se cuestiona, muy seriamente, si será cierto aquel chascarrillo de que no hay intelectuales en la derecha.

Hay otro elemento característico de la derecha de mi país: el estigma de haberse prestado a la traición que terminó con aquel sueño primaveral de 10 años de democracia. El haber surgido como una expresión política mercenaria se quedó arraigada para siempre en el imaginario colectivo. Y aunque en más de una ocasión se han presentado como la “nueva” derecha, su pecado no se lava cambiando de etiqueta. En 1984 lo intentó el periodista Mario David García, con la pretensión evidente de ocupar el espacio que empezaba a perder el criminal Movimiento de Liberación Nacional (MLN) cuyo líder y fundador, Mario “El Mico” Sandoval Alarcón, nunca tuvo el mínimo empacho de proclamarlo como “el partido de la violencia organizada”.

¡Y cuánta razón tenía! Dicha facción hizo propio el grito falangista de “Muera la inteligencia”, no tuvo pudor alguno para financiar grupos paramilitares que apoyaban al Ejército en su aterradora campaña contrainsurgente (y pensar que son sardónicos “pensadores” neoderechistas, como Ricardo Méndez Ruiz, el fallecido capitán Byron Lima o el abogánster Moisés Galindo  quienes han tildado de terrorista a la exguerrilla).


                             TRILOGÍA TEMIBLE. Aunque el militar Byron Lima pasó a mejor vida, dejó                                    una cohorte de seguidores que siguen delirando ante la izquierda. ¡Y eso que                                 dicen que la derrotaron!.

Y en los albores del siglo XXI hubo un nuevo intento de resurgir como una “nueva derecha”, el cual tuvo lugar a partir del Plan Rosemberg, cuando las camisas blancas, encabezadas por Luis Pedro Álvarez, Gloria Álvarez y otros representantes de las maras cool, sin recato alguno se aliaron a Otto Pérez Molina, Roxana Baldetti, Francisco Beltranena, Fernando Mendizábal y la mayoría de medios de comunicación prooligárquicos, para urdir, no un caso penal sino un plan político, que buscaba derrocar a un gobierno que apenas esbozaba un ligero tinte de compromiso hacia sectores populares.

A partir de este ensayo, la derecha de mi país busca a toda costa renacer y reconquistar el poder político desde diversos frentes. En el epílogo del siglo XX y lo que va del actual han tenido éxito en cuatro ocasiones, cuando llevaron al poder a sus vicarios Álvaro Arzú, Óscar Berger, Otto Pérez Molina y Jimmy Morales. Los dos primeros, abiertamente proempresariales; los dos segundos, descaradamente promilitares.

Y así, la derecha de mi país sigue dando tumbos. Engañando y engañándose. Apenas una letra distingue al MLN del MCN, pero el espíritu, el tono de rencor social, la incapacidad propositiva y el discurso confrontativo son los mismos de siempre. Exigen, con total vehemencia y derroche de moralina, la prohibición terminante del financiamiento electoral ilícito… hasta que se descubre que sus jóvenes promesas son parte del abyecto esquema de “Construcción y Corrupción”.


CONSTRUCCIÓN Y CORRUPCIÓN. La acusación contra el MCN de haber recibido dinero ilícito en la campaña 2015, demostró en el caso de su líder, Rodrigo Arenas, que no por ser joven se está exento de mañas.

Desde que se destapó el caso La Línea, en 2015, sus guerras son guerras de supervivencia: contra la Cicig y a favor de la corrupción. Atacando a Codeca y blandiendo la espada en favor de la minería. Usa caras amigables, como Phillip Chicola, para no perder la influencia cacifera, y a tipos como Daniel Haering, solo para que tenga olor a fabada y puedan distanciarse un poco de sus amigos más radicales, esos que ven comunistas hasta en la bolsita de Tor Trix. Gracias a ellos han podido guardar algunas apariencias, y han logrado que muchos de ustedes, estimados lectores, inconscientemente se declaren en favor de las causas espurias que ellos defienden. La magia de la televisión, que le dicen.


Afortunadamente quedaron atrás aquellos tiempos cuando sus abuelos resolvían diferencias, o imponían criterios, a punta de metralla. Ahora lo hacen mediante redes sociales (call centers para ser más precisos). Y ya no disparan al corazón; lo hacen hacia la honra y contra la dignidad. Así las cosas, no cabe duda que el dilema está planteado: mientras exista la derecha…¡es menester que en mi país siga existiendo la izquierda!  

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