A juzgar por la manera cómo se aferran
al pasado, pareciera que no han caído en la cuenta de que el mundo
vive nuevos tiempos y desde hace años. Su discurso atrabiliario deja
la impresión que celebran la caída del muro de Berlín y el
suicidio de la Unión Soviética, pero en el fondo desearían que el
bloque siguiera inmutable. Y es que para reproducir su ideario,
necesitan inevitablemente de su terrible enemiga, la izquierda.
Pretexto inigualable para justificar su voracidad y desmanes. Algo
así es la derecha de mi país.
Y esto se puede comprobar fácilmente:
lea cualquier artículo de los próceres de la decadencia neoliberal
-Estuardo Zapeta, Armando de la Torre, Pedro Trujillo o Alfred
Kaltschmitt- y caerá en la cuenta de que, aparte de su carácter
terráqueo (tres veces más agua que tierra), en sus artículos
siempre sacan a bailar a la izquierda, bajo la misma óptica que
acostumbraban durante la Guerra Fría: Cuba es todavía una amenaza
continental, el socialismo del siglo XXI fue parido por el diablo,
Rigoberta es un malagradecida y la exguerrilla guatemalteca sueña
con llegar al poder, ahora como socia de la Cicig.
Y eso que hace un par de décadas
proclamaban que las ideologías habían desaparecido y que, al
despolarizarse, el mundo le había dado espacio a un solo sistema
llamado capitalismo. Pero, precisamente porque subsisten, comprobamos
que no es cierto. Maurice Duverger lo explica muy claramente:
“Quienes niegan la vigencia de esta distinción suelen ser
precisamente personas de la derecha, interesadas en descalificar la
propia tipificación respecto de quienes se empeñan en abrir nuevos
cauces a la organización social”.
EL PODER DEL MERCADO. Tanto la derecha tradicional como la "nueva derecha" tienen mucho en común y poco de distinto. Rinden pleitesía al mercado, no son capaces de crear teorías para explicar los fenómenos sociales y no dejan de pensar en la izquierda.
¡Vaya definición del gran maestro! Y
prosiguiendo con los prosélitos del libre mercado, en otras pocas
líneas usted habrá caído en la cuenta de que el argumentario se
reduce a las mismas y gastadas ideas de los años 50, de los 60, de
los 70, de los 80… de siempre: que la mano mágica del mercado, que
la pesadilla del Estado benefactor, que la teoría del derrame, que
las reglas claras, que el antipopulismo, que… pare de contar. Y no
espere encontrar nuevas teorías -o por lo menos hipótesis- para
explicar los desafíos actuales. Quizá a lo más que lleguen es al
recurso de la negación. La negación del calentamiento global, la
negación de las demandas sociales, la negación de la corrupción.
Es entonces cuando uno se cuestiona, muy seriamente, si será cierto
aquel chascarrillo de que no hay intelectuales en la derecha.
Hay otro elemento característico de la
derecha de mi país: el estigma de haberse prestado a la traición
que terminó con aquel sueño primaveral de 10 años de democracia.
El haber surgido como una expresión política mercenaria se quedó
arraigada para siempre en el imaginario colectivo. Y aunque en más
de una ocasión se han presentado como la “nueva” derecha, su
pecado no se lava cambiando de etiqueta. En 1984 lo intentó el
periodista Mario David García, con la pretensión evidente de ocupar
el espacio que empezaba a perder el criminal Movimiento de Liberación
Nacional (MLN) cuyo líder y fundador, Mario “El Mico”
Sandoval Alarcón, nunca tuvo el mínimo empacho de proclamarlo como
“el partido de la violencia organizada”.
¡Y cuánta razón tenía! Dicha
facción hizo propio el grito falangista de “Muera la
inteligencia”, no tuvo pudor alguno para financiar grupos
paramilitares que apoyaban al Ejército en su aterradora campaña
contrainsurgente (y pensar que son sardónicos “pensadores”
neoderechistas, como Ricardo Méndez Ruiz, el fallecido capitán Byron Lima o el abogánster Moisés Galindo quienes han tildado de
terrorista a la exguerrilla).
TRILOGÍA TEMIBLE. Aunque el militar Byron Lima pasó a mejor vida, dejó una cohorte de seguidores que siguen delirando ante la izquierda. ¡Y eso que dicen que la derrotaron!.
Y en los albores del siglo XXI hubo un
nuevo intento de resurgir como una “nueva derecha”, el cual tuvo
lugar a partir del Plan Rosemberg, cuando las camisas blancas,
encabezadas por Luis Pedro Álvarez, Gloria Álvarez y otros
representantes de las maras cool, sin recato alguno se aliaron a Otto
Pérez Molina, Roxana Baldetti, Francisco Beltranena, Fernando
Mendizábal y la mayoría de medios de comunicación prooligárquicos,
para urdir, no un caso penal sino un plan político, que buscaba
derrocar a un gobierno que apenas esbozaba un ligero tinte de
compromiso hacia sectores populares.
A partir de este ensayo, la derecha de
mi país busca a toda costa renacer y reconquistar el poder político
desde diversos frentes. En el epílogo del siglo XX y lo que va del
actual han tenido éxito en cuatro ocasiones, cuando llevaron al
poder a sus vicarios Álvaro Arzú, Óscar Berger, Otto Pérez Molina
y Jimmy Morales. Los dos primeros, abiertamente proempresariales; los
dos segundos, descaradamente promilitares.
Y así, la derecha de mi país sigue
dando tumbos. Engañando y engañándose. Apenas una letra distingue
al MLN del MCN, pero el espíritu, el tono de rencor social, la
incapacidad propositiva y el discurso confrontativo son los mismos de
siempre. Exigen, con total vehemencia y derroche de moralina, la
prohibición terminante del financiamiento electoral ilícito…
hasta que se descubre que sus jóvenes promesas son parte del abyecto
esquema de “Construcción y Corrupción”.
CONSTRUCCIÓN Y CORRUPCIÓN. La acusación contra el MCN de haber recibido dinero ilícito en la campaña 2015, demostró en el caso de su líder, Rodrigo Arenas, que no por ser joven se está exento de mañas.
Desde que se destapó el caso La Línea,
en 2015, sus guerras son guerras de supervivencia: contra la Cicig y
a favor de la corrupción. Atacando a Codeca y blandiendo la espada
en favor de la minería. Usa caras amigables, como Phillip Chicola,
para no perder la influencia cacifera, y a tipos como Daniel Haering,
solo para que tenga olor a fabada y puedan distanciarse un poco de
sus amigos más radicales, esos que ven comunistas hasta en la
bolsita de Tor Trix. Gracias a ellos han podido guardar algunas
apariencias, y han logrado que muchos de ustedes, estimados lectores,
inconscientemente se declaren en favor de las causas espurias que
ellos defienden. La magia de la televisión, que le dicen.
Afortunadamente quedaron atrás
aquellos tiempos cuando sus abuelos resolvían diferencias, o
imponían criterios, a punta de metralla. Ahora lo hacen mediante
redes sociales (call centers para ser más precisos). Y ya no
disparan al corazón; lo hacen hacia la honra y contra la dignidad.
Así las cosas, no cabe duda que el dilema está planteado: mientras
exista la derecha…¡es menester que en mi país siga existiendo la
izquierda!
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