lunes, 20 de noviembre de 2017

RETOS DEL NUEVO MOVIMIENTO POPULAR





Por: Édgar Rosales

Todavía me estremezco de emoción al recordar aquellas manifestaciones de protesta de finales de los años 70. Algunas excepcionalmente masivas, como la marcha de aquel 25 de octubre de 1978 en repudio al asesinato de Oliverio Castañeda de León, acaecido apenas cinco días atrás. O el particularmente tenso sepelio de las víctimas de la embajada de España, el 2 de febrero de 1980, cuando la presencia de las fuerzas luquistas amenazaba con desencadenar otro episodio sangriento.

La oratoria fogosa de los dirigentes de entonces, o el simple hecho de sacarle la madre a los esbirros de turno, terminaban por desbordar el ánimo y sentirnos muy convencidos de que “el triunfo” estaba cerca. Unas veces era la indignación, otras, era el optimismo lo que inspiraba esa sensación de fortaleza, de unidad, de victoria proletaria. Y al final, como ya se sabe, no ocurrió nada… excepto que hicimos historia, que la dirigencia popular fue perseguida, desaparecida o asesinada y, que de esa forma salvaje fue desarticulado para siempre aquel hermoso movimiento de masas.

   
   (Movimiento histórico) Momento en que un grupo de dirigentes de la AEU coloca la ofrenda     floral en homenaje al entonces recién caído líder estudiantil Oliverio Castañeda de León,      después de llevar a cabo una impresionante marcha popular. 

En los últimos años hemos presenciado un interesante resurgir de las expresiones populares, aunque en condiciones muy distintas y propósitos muy diferentes de los de entonces. Estamos al borde de un estallido social, opinan algunos expertos (y muchos que no lo son tanto). Sin embargo, si de algo debemos estar convencidos es que en Guatemala, con el panorama de miseria, de injusticia, de falta de oportunidades, de desnutrición y del dominio de los capitales evasores de impuestos, desde hace rato existen condiciones objetivas para una revolución, aunque no toda situación revolucionaria da lugar a esta, como decía Lenin. Lo que está en pañales son las condiciones subjetivas, es decir, un elevado nivel de conciencia de lucha, indispensable para consumar el proceso revolucionario. Conciencia que nace del trabajo de base, no de likes o retuits.

Increíblemente, en el 2015 fue un monumental escándalo de corrupción -y no las graves condiciones socioeconómicas del país- lo que sacudió la conciencia adormecida del sector popular, haciendo migas con la clase media urbana y capas más altas, para exigir la persecución de los corruptos y el fin de las estructuras mafiosas entronizadas en el Estado guatemalteco.

He aquí una diferencia diametral respecto del movimiento popular histórico: mientras aquel era profundamente ideológico y buscaba transformar la sociedad, el actual es de visión inmediatista y se queda en la reivindicación de aspectos que, apenas de manera periférica, buscan aliviar -no solucionar- el crítico panorama social, político y económico del país.

Debido a esta limitada visión, las acciones actuales carecen de orientación definida, producto de la falta de dirección estratégica (liderazgo sí hay) capaz de definir métodos, procedimientos y plantear demandas coherentes. Por ello, acciones como las del jueves 16 de noviembre, pese a ser masivas, no alcanzan mayores avances. Decididamente, la sola movilización masiva no garantiza resultados positivos. El movimiento actual es prolífico en exigencias, pero no todas relevantes. Algunas no superan el plano de la mera ocurrencia. Cada agrupación lleva a la marcha su agenda particular y si esta es factible o no, serán otros 100 pesos.

En el Paro Nacional del 20 septiembre estaba muy claro que el Pacto de Corruptos motivó a la gente a retomar la calle. Sin embargo, en la marcha del jueves, los objetivos eran difusos. Y es que cuando se pide la renuncia del presidente Morales y el vice Cabrera al mismo tiempo que la dimisión de los 120 diputados y sus suplentes, o se llama a integrar una Asamblea Nacional Constituyente, que además debe ser Plurinacional y Popular, o se exige el cese de los desalojos en las comunidades a la par de reformas inmediatas a la Ley Electoral y de Partidos Políticos, el resultado es una indigerible carta a Santa Claus.


    Peticiones a granel. La mayoría de colectivos recién surgidos, se caracteriza por la abundancia de peticiones, sin centrarse en las que son más factibles y urgentes.


En los movimientos de los 70, por ejemplo, las demandas eran únicas y unitarias. Si la AEU organizaba una manifestación, esta era respaldada por el Frente Democrático Contra la Represión, ente que aglutinaba a sindicalistas (CNUS y CNT), campesinos (CUC), magisterio (ANM y STEG), estudiantado de educación media (ANEEM), partidos políticos (FUR y PSD) y así por el estilo, un abrumador desfile de siglas, sectores y conciencias, todas con demandas coincidentes y claras. Además, difícilmente se llevaban a cabo dos movilizaciones con pocos días de diferencia, como ha ocurrido ahora, cuando Codeca y la Plataforma Ciudadana -cada una por su lado- desarrollaron actividades que bien pudieron concentrarse en una sola, con economía de recursos y menor dispersión de objetivos.

Pese a todo, le veo enorme potencial a este relanzamiento del sector popular. Algunos objetivos que se han logrado deben afianzarse: se empieza a desplazar al oenegismo como actor principal de las acciones populares y su insistencia le hace recordar a los diputados del Pacto de Corruptos que sus desmanes no han caído en el olvido y, sin lugar a dudas, esta será una reivindicación permanente en su plataforma de lucha.

    Lenina García, una lideresa notable y con futuro, debe desligarse de inmediato de la sombra corrupta del rector Alvarado. (Foto de El Periódico de la Usac)

Veo también, con mucha esperanza, que Lenina García, la joven y carismática secretaria general de la AEU, se proyecta con notable capacidad de liderazgo y que, sin la menor duda, habrá de ser protagonista importante en la lucha política en los años por venir. Lamentablemente, ha cometido un error que debe enmendar de inmediato.

Y es que su liderazgo ha sido apadrinado -mejor dicho aprovechado- por un personaje impresentable como Carlos Alvarado, rector -jamás magnífico- de la USAC, funcionario sin la menor calidad moral para exigir el cese de la corrupción, al ser uno de los corresponsables de que en la máxima casa de estudios se hayan producido hechos reñidos con la transparencia durante los últimos dos períodos rectorales y de los cuales ha sido uno de los meros tatascanes. Lenina no necesita de este tipo de padrinazgos para brillar.


Los meses por venir nos habrán de indicar si esta nueva versión del movimiento popular tiene posibilidades de incidencia positiva o si, por el contrario, se diluye en sus propias contradicciones, al igual que la mayoría de intentos posteriores al descabezamiento consumado en 1982. Ojalá sus dirigentes aprendan a descifrar los escenarios. ¡Es vital para un imprescindible cambio en la correlación de fuerzas en el país!  

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