sábado, 16 de diciembre de 2017

¡FELIZ CUMPLEAÑOS, SEÑOR BEETHOVEN!


Por: Edgar Rosales


Hoy me urge -ojalá tanto como a usted- desligarme de la realidad cotidiana. De los problemas de esta sociedad y encarrilarme, siquiera levemente, en ese tren del Adviento que inspira sentimientos positivos e iluminados. Quizá por ello recordé que hoy se cumplen 247 años de su advenimiento en la ciudad de Bonn, Alemania. Era el 17 de diciembre de 1770 y, de acuerdo con la tradición, las aguas bautismales debían caer sobre la cabecita del recién llegado, un día después de su venida al mundo.

Nadie entre los asistentes imaginaba -como suele ocurrir- que un día el orbe se habría de rendir a los pies de aquel bebé, reconociéndole como el más grande genio de la música que ha existido en este planeta. «En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, yo te bautizo como Ludwig Van Beethoven», habrán sido las solemnes palabras del sacerdote (expresadas en latín, por supuesto, que era lo usual).

Pero no es mi propósito presentar aquí una biografía del genio, tarea imposible como improductiva para un profano, además de que dicha labor está cubierta de manera muy efectiva por la santa Wikipedia. Me quedo en un pequeño homenaje limitado a la admiración personal hacia la que considero su obra monumental: la Novena sinfonía de Beethoven, también conocida como Sinfonía con coros finales sobre la Oda a la Alegría de Schiller; Sinfonía N°. 9, opus 125, en Re menor o simplemente, Sinfonía coral.



Aún sin las calidades de un experto musicólogo, fácil se cae en la cuenta de que esta no es una sinfonía común y corriente (bueno, ninguna lo es). Es decir, no es una mera serie de notas musicales acomodadas de manera agradable y erudita. Se trata de un magno acontecimiento, de una novela épica; una historia extrema. Según expertos, es un trabajo con múltiples concepciones, que además de lo musical, tiene matices psicológicos, filosóficos, poéticos y espirituales. Sin lugar a dudas, la Novena sinfonía de Beethoven es la obra musical más portentosa jamás escrita en la historia de la humanidad.

Solo en la mente de un genio de su talla podía concebirse un monumento sonoro de tal magnitud. A él -y solamente a él- se le había ocurrido romper la tradición sinfónica de la forma sonata de cuatro movimientos y en su Sexta sinfonía (Pastoral), incluyó cinco. Y aunque se afirme que, en rigor, esta no es una sinfonía desde el punto de vista musicológico, el mero hecho de romper con lo usual para mejorarlo, nulifica cualquier censura.

Igualmente, solo a él se le podía ocurrir una sinfonía con una parte coral. Profundo admirador de Friedrich von Schiller, al leer su Oda a la Alegría algo tocó esas fibras geniales que lo animaron a incluirlo en la fastuosa sinfonía que había empezado a escribir en 1794, aunque no se estrenó sino hasta 20 años después, en 1824, después de desechar más de 200 versiones.



Foto: Discos de Beethoven de la colección privada del autor. Foto de Nade Rosales.

En esencia, lo que inspiraba a Beethoven al escribir esta obra era un relato complejo: la liberación de la humanidad, retratando las diversas rémoras que se imponen en el camino. Así, el primer movimiento representa el destino cruel al que está condenada la raza humana. De ahi su ritmo pausado -allegro ma non troppo, un poco maestoso- y su tono melancólico. El segundo movimiento -scherzo, molto vivace- es el intento de rebelión ante ese destino de sufrimiento. Es una reacción enfurecida hacia la divinidad. Probablemente revela el dolor interno que agobiaba al genio, a causa de la durísima vida que llevó desde la infancia.

El tercer movimiento -adagio molto e cantabile- vuelve al tono apagado. Obviamente no fue suficiente el acto de rebeldía recogido en el movimiento anterior, y la humanidad, impotente, busca refugio en un poder supremo; en la promesa de una vida eterna después de la vida. Es decir, lo religioso por sí solo no libera la angustia de la humanidad, a juzgar por el tono sentimental y lánguido del movimiento.

La introducción al cuarto movimiento -presto- luce como una continuación del pesimismo anterior, hasta que es destrozado por la irrupción abrupta y vigorosa del barítono: O Freunde, nicht diese Töne! Sondern laßt uns angenehmere anstimmen, und freudenvollere. Freude! Freude! («Oh amigos. Ya no más esta música. Cantemos canciones más agradables y plenas de alegría. ¡Alegría! ¡Alegría!»), frase escrita por el propio Beethoven, antes de dar paso al texto de Schiller.

¿Por qué «ya no más esta música»? Obviamente, no hay alegría en los movimientos anteriores y, acorde con la naturaleza humana, esta necesita rebelarse contra su tragedia y sustituirla por sentimientos elevados: la fraternidad y la hermandad recogidas por Schiller en su poema y que Beethoven anhela que un día surjan para llenar con alegría -hija de Eliseo- y dar lugar a la festividad más hermosa de la que haya sido testigo el Universo. Los hombres, saturados por el fuego prometéico, se rinden abrumados por la felicidad, ante un Dios que les devuelve el espíritu de la amistad en lugar de la resignación del súbdito. Es el encuentro con el Dios de los hombres libres.

Beethoven estrenó su Novena sinfonía a sala llena, aunque jamás pudo escucharla. Nadie quería perderse el estreno de lo que se presumía sería la última aparición del genio, debido a los rumores de una severa merma en su salud. Para entonces había perdido totalmente el sentido de la audición, pero aún así siguió la conducción en una copia de la partitura, imaginando lo que todos escuchaban fascinados. Es verídico que siguió dirigiendo aun después de que ya había concluido la presentación, hasta que alguien lo tomó del brazo y lo colocó frente al escenario para que pudiese ver los gestos de júbilo con que el público le premiaba.

En lo personal, he perdido la noción de cuántas veces la he escuchado, pero sí recuerdo que desde mi primer encuentro me enamoré irremisiblemente de ella. Y desde entonces no he parado de escucharla, cada vez con renovados bríos, con novedosos descubrimientos e inéditas emociones; tanto que me llevan hasta las lágrimas: lágrimas que tonifican el alma.

Y cuando uno ha tenido en vida la dicha de conocer maravillas como esta, no puede sino continuar escuchándola hasta el día en que la muerte nos separe, como si se tratara de la persona amada. Aún así, ese día saldrá derrotada la parca, porque su visita inexorable abrirá la esperanza de oírla nuevamente, ahora en inimaginables dimensiones y sintiendo emociones jamás conocidas en la Tierra. Incluso, entonces tal vez le busque cada 16 de diciembre para decirle, con rendido agradecimiento: ¡Infinitas gracias por esa Novena... y feliz cumpleaños, señor Beethoven!

PS. Para quienes aún no han escuchado la Novena Sinfonía de Beethoven los invito a hacerlo en los siguientes links:

Primer Movimiento


Segundo Movimiento


Tercer Movimiento


Cuarto Movimiento


Impresionante: Coro de 10 mil voces interpreta el Cuarto Movimiento



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