jueves, 3 de mayo de 2018

LA OPORTUNIDAD PERDIDA


Por: Edgar Rosales

«Yo no voy a quitar los programas sociales. Lo que voy a quitarles es la corrupción», fueron las palabras pronunciadas en 2015 por el entonces candidato Jimmy Morales, para salirle al paso a los rumores acerca de que con él se acabaría la política social. En realidad, no era sino otra de sus tantas frases prefabricadas para cautivar el oído de los que hoy se arrepienten –y con el alma– de haberlo llevado a la Presidencia.
En estos días se cumplen 10 años desde que el más significativo de dichos programas, el de Transferencias Monetarias Condicionadas «Mi Familia Progresa» se instaló en Guatemala. Contrario a lo que afirmaban voces anodinas como la de Morales o ciertos sectores de la prensa, fue uno de los programas técnicamente mejor diseñados y con menos posibilidades de corrupción en la historia de la administración pública. Lo que pasa es que hay que entenderlo.
Estoy consciente que en nuestro medio –y más ahora con la moda anticorrupción– es difícil de admitirlo. Y no me voy a extender en explicar los complicados instrumentos –como el modelo proxy recomendado por el Banco Mundial para este programa– que se aplicaron en su diseño y en el proceso de ejecución, pero si lo desea puede consultar en este link.
El problema del mencionado programa social nunca fue la supuesta corrupción ni el clientelismo –jamás demostrados–. Fueron los mitos creados a su alrededor y el ansia política de replicarlos como verdades. Lo fue también la incomprensión acerca de su importancia estratégica, sus mecanismos de operación y, sobre todo, de entender la oportunidad que se perdió cuando el PP lo manoseó y el Gobierno actual terminó de darle el jaque mate.
Veamos la alarmante nota publicada por elPeriódico el miércoles pasado, en la cual se indica que «Mides pagó Q211.3 millones en Bono Seguro sin ningún control». Dicha cartera entregó los recursos a cambio de una simple «carta de compromiso de los usuarios». Nada de censo de beneficiarios y de pilón: «La CGC identificó que entre los usuarios, que en 2017 recibieron Bono para Educación, figuran empleados de los ministerios de Gobernación, Educación y Salud; pero también están registrados trabajadores de empresas privadas y pensionados». ¡Ah verdad!
Lejos de «quitarle la corrupción» Morales se la inyectó de la manera más anodina. Además del colosal monto despilfarrado, lo serio es que el programa ha desaparecido, junto con los objetivos que lo inspiraron. Según la nota: «En 2018 aún no se han pagado cuotas del programa social… las autoridades de la cartera siguen sin implementar herramientas de control sobre el uso de recursos públicos».
No espero que esté de acuerdo conmigo, pero esto no se parece en nada al concepto original de estos programas cuando vieron la luz, en abril de 2008. Entonces, la transferencia de Q300 se distribuyó en cuatro municipios escogidos técnicamente –no políticamente como se afirma– con base en el Mapa de Pobreza 2006 y otros instrumentos.
Fue en Santa Lucía La Reforma, Totonicapán; San Pedro Necta, Huehuetenango; Jocotán, Chiquimula; Chisec, Alta Verapaz y Cantón Panabaj de Santiago Atitlán, Sololá donde primero aterrizó la esperanza (municipios con índice de pobreza promedio de 51 % e índice de estado educativo promedio de -6.64).
Pero ante todo, tenía mecanismos de control de corresponsabilidades para establecer que los padres de familia efectivamente enviaran a sus hijos a la escuela y a los centros de salud, o no recibían la ayuda. Gracias a ello se incrementó la tasa de matriculación a 98 % en el nivel preprimario. Y entre 2009 y 2011 a nivel primario dicha tasa se elevó 10 %; en educación básica 110 % (159 851 estudiantes en 2007 versus 336 207 en 2011) y 82 % en diversificado (50 370 estudiantes en 2007 y 91 495 para el 2011).
En cuanto a salud, los Centros de Atención Permanente o de 24 horas se incrementaron 198 % (había 60 en el 2007 y al terminar 2011 las áreas rurales disponían de 179).Y «de acuerdo a los informes de resultados de la evaluación, el programa mostró, en términos de las condiciones de salud, que los niños menores de 2 años en hogares beneficiarios presentaron tasas mayores de esquema completo de vacunación con relación a los no beneficiarios, de hasta 15 % más; asimismo, se enfermaron entre 9 % y 12 % menos».
Esto no lo afirmo yo. Es parte del informe de evaluación externa rendido por el Instituto Nacional del Instituto Nacional de Salud Pública de México. Puede leerlo aquí.
Pero una década después, el programa de TMC se ha convertido en lo que tanto censuraron el PP, el oficialismo de turno y esos acólitos del liberalismo que adversan cualquier acción del Estado que no sea en beneficio de la oligarquía: un medio de regalar dinero a cambio de nada. Y que de paso, va a extender ad eternum, el círculo intergeneracional de pobreza (ese que se transmitió de tatarabuelos a tataranietos y ahora, hacia las generaciones futuras).
Más grave aún: se habrá perdido la posibilidad de construir un capital humano dotado de las condiciones adecuadas para competir en los mercados globalizados de hoy. En último caso, con que hubiesen tenido las posibilidades de competir en los mercados locales se habría ganado bastante.
Formé parte de ese equipo técnico que participó de este hermoso sueño. Nunca se nos giró instrucción alguna para manipularlo en función política y de ello dan fe quienes estuvieron en ese frente de batalla. Al contrario de la oposición, entonces representada por el PP, que bloqueó desde el Congreso los recursos del programa y luego compró a sus beneficiarios con fines electorales, según revelaciones de Juan Carlos Monzón, testigo protegido de La Línea y Cooptación del Estado.
Diez años después, el panorama para la gente en extrema pobreza debería ser diferente, si se hubiesen asumido los programas, no como un mecanismo para impedirle acción política a Sandra Torres, sino como una política de Estado, tal como ha ocurrido en Brasil, Colombia o Ecuador, donde la oposición es vigorosa pero inteligente.
¡Oh mediocridad: qué caro le resultas a esta Guatemala irredenta!

Fotografía tomada del CIEE del INSPM.

miércoles, 4 de abril de 2018

PERO... ¿DE VERAS HAY LUCHA ANTICORRUPCIÓN?


Por: Édgar Rosales
El tema está sobre la mesa desde el 16 de abril de 2015 cuando el Ministerio Público (MP) y la Cicig desvelaron una oprobiosa red de corrupción tejida desde el mero núcleo del Estado, cuyos principales autores habrían sido -los hasta ahora tan solo sospechosos- Otto Pérez Molina, la vicepresidenta Roxanna Baldetti más una lista interminable de funcionarios y dizque dirigentes políticos del entonces oficialista Partido Patriota.
Con este golpe audaz, al cual le habrían de seguir otras acciones igualmente importantes, como la defenestración de los mandatarios y la persecución incesante de un grupo importante de políticos pertenecientes a diversas organizaciones partidarias, y uno que otro empresario -siempre que no fuera de la foto- el MP y la Cicig declararon inaugurada la lucha anticorrupción e impunidad en Guatemala.
Esta sacudida al ambiente político nacional, tradicionalmente adormecido y pasivo ante el fenómeno de la corrupción (las encuestas levantadas por aquellos días revelaban que este ocupaba el séptimo u octavo lugar entre las prioridades ciudadanas), fue determinante para que los votantes cambiaran la percepción de que el entonces candidato Manuel Baldizón sería el inevitable sucesor de Pérez Molina.
Pero el asunto fue mucho más lejos: por vez primera en muchas décadas, la gente veía en estas acciones la esperanza tantas veces postergada de un futuro mejor y no dudó en respaldar el trabajo en contra de los corruptos (o presuntos corruptos, para utilizar la terminología jurídica apropiada). Tanto las redes sociales como las manifestaciones públicas ardieron en sus expresiones de apoyo o repudio, según el caso.
Tan feliz coyuntura sirvió para soltar la imaginación y plantear todo tipo de iniciativas: que si la Ley Electoral y de Partidos Políticos, que si la Ley de Contrataciones, que si la Ley de Servicio Civil. Que si la Constitución de la República. Que no, que mejor aprovechemos para decretar una Carta Magna Plurinacional.
Ha pasado el tiempo, se produjeron múltiples capturas y nuevos casos salieron a la luz. Y como si nada, dentro de un par de semanas estaremos arribando al tercer aniversario de aquella alentadora gesta del 2015. Aunque se reconoce al MP y a la Cicig como abanderados de lo que se ha denominado «la lucha anticorrupción en Guatemala», mucho me temo -a juzgar por los resultados y los hechos que se han presentado- que ello está muy distante de ser realidad.
Y es que dudo mucho, pero muchísimo, que una lucha de tal envergadura se limite a la captura de corruptos (o presuntos corruptos, pues). Esto equivaldría, más o menos, a creer que con la captura y extradición de capos gruesos del narcotráfico, se acaba el problema. Incluso, no es muy distinta de la creencia popular de que con la aplicación de la pena de muerte se termina el martirio de las maras.
Infortunadamente, la tarea del MP y la Cicig tiene grandes coincidencias con esos peregrinos criterios. Obviamente, es lo que legalmente les corresponde: la persecución penal de los posibles implicados en hechos de corrupción. Sin embargo, es impropio asignar a sus acciones policiacas el carácter de una auténtica lucha contra tan tenebroso flagelo, siendo este un fenómeno de características políticas, sociales y hasta económicas o morales.
Hasta ahora ha hecho falta que el abordaje de un problema tan profundo supere el ámbito limitado de los tribunales. En parte, ello se debe a las deplorables campañas de desprestigio que han montado agrupaciones como la Fundación Terrorista, ciertos académicos y opinadores de corte fascistoide, ahora con el respaldo tecnológico de ignorantes netcenteros. Es decir, un esquema de ataque que en el fondo es muy similar al utilizado por las dictaduras militares durante los años más crudos del conflicto armado.
En todo caso, el problema para el MP y la Cicig ha sido creer que sobre ellos nada más descansaba la posibilidad de que esa lucha anticorrupción derivara en transformaciones esenciales. Se llegaron a creer, incluso, que podrían impulsar una abstracta y utópica «refundación del Estado» (creando un nuevo Estado con las mismas reglas del Estado y sin salirse del ámbito del Estado).
Lamentablemente para ellos (y para Guatemala) la población no terminó de apropiarse del concepto. Salvo iniciativas emocionales y coyunturales, el respaldo de 2015 a la famosa lucha anticorrupción no pasó de la edición de ingeniosos memes, de retuits saturados de bilirrubina y de abundantes likes feisbuqueros, muy liberadores de conciencias ellos.
Debido a esa soledad, Thelma Aldana e Iván Velásquez terminaron por caer en la trampa y pretendieron que al ser ungidos por el Frente Ciudadano Contra la Corrupción lograrían darle a todo el esfuerzo de estos años, un verdadero carácter de lucha. Nada más alejado de la verdad. El susodicho frente nació muerto, sin capacidad de convocatoria ni de articular propuestas, y todo, tal y como lo he mencionado en más de una ocasión, porque sus respetables integrantes no dudaron en aliarse con el mismo diablo en esta aventura.
Para colmo, no todo les ha salido a los acusadores como esperaban. Al margen de que los abogados de la defensa han entrampado los casos más emblemáticos -La línea, Cooptación del Estado, Construcción y corrupción, etcétera-, es lamentable que otros como el del Bufete de la impunidad o la Caja de Pandora, donde se involucraba al alcalde Álvaro Arzú, se les vinieran al suelo de manera estrepitosa. Y todavía está por verse lo que ocurra en el caso Transurbano, en el que la Cicig evidentemente se excedió en su mandato al pretender otorgarle a todo un cuerpo ministerial el carácter de red mafiosa, cuando no tiene más evidencia que la firma de un acuerdo gubernativo.
Afortunadamente, no todo el esfuerzo es tiempo perdido. Ahora existe una más clara vocación de denuncia ciudadana; se ha aprendido a fiscalizar de manera más efectiva (algunas veces hasta exageradamente, pero es preferible a nada), se le presta mucha más atención a las iniciativas que llegan al seno del Congreso y se escudriña con más profundidad acerca de las veladas intenciones que puedan esconderse detrás de ellas. Toda esta conducta es irreversible y sería bueno que todos los ciudadanos -especialmente los políticos- lo aprendiésemos de una vez por todas.
Empero, lo importante es no creer que ya todo está resuelto en materia de combate a la corrupción e impunidad. Mientras la lucha anticorrupción carezca de interés general, en tanto no se supere la fase de la mera persecución de personas supuestamente vinculadas a actos corruptos y en la medida que la ciudadanía no tome conciencia de su propio poder para convertir esos señuelos en una auténtica cruzada nacional anticorrupción e impunidad, esta no pasará de ser otra fantástica manipulación de masas.
Usted disculpe si parezco aguafiestas y rompo de mala manera su retorno a la realidad después del prolongado feriado. Solo quiero preguntarle, en serio, … ¿de veras hay una lucha anticorrupción? 

lunes, 26 de marzo de 2018

SITUACIÓN ALTAMENTE EXPLOSIVA


Por: Edgar Rosales 
Que Guatemala está viviendo una de las crisis políticas más explosivas de su historia, es una triste perogrullada. Que se desvaneció la despolarización ideológica que aparentemente rigió el ambiente político de las últimas décadas, es otra verdad verificable hasta en las tertulias de café. Y que no hay liderazgos a la vista, constructivos y capaces de reorientar la vida social de este país, es otra certeza amarga que nos flagela.
Y es que casi sin darnos cuenta, al creernos el dogma de que las ideologías contrapuestas eran cosa de la historia, caímos en una falacia más infame, al autocomplacernos con eso de que la lucha ya no es entre izquierdas y derechas sino que fue desplazada por aquella mítica conflagración entre el bien y el mal (ahora materializada en la dicotomía corruptos versus anticorruptos). Cualquier criterio ajeno a este esquema, se dice, simplemente está fuera de lugar.
Por otro lado, esa situación crítica nos conduce a meditar en lo que muy acertadamente señala el doctor Olmedo España por medio de su brillante artículo Para entender Guatemala y del cual subrayo su conclusión «la lectura del análisis de coyuntura es insuficiente para comprender una sociedad tan compleja como la nuestra».
En efecto, los escandalosos acontecimientos del día a día prevalecen, dolorosamente, sobre el análisis de fondo, produciendo una interpretación fragmentada de los grandes retos que enfrentamos en esta sociedad difícil de entender y, sobre todo, en esta época de peculiar incertidumbre.
Un buen ejemplo de esta pasión por lo coyuntural lo hemos tenido en la reciente lucha que se libró alrededor de la figura del procurador de los Derechos Humanos, Jordán Rodas, y la polémica acerca de si debía o no atender la citación que le hiciera el grupo más impresentable de diputados al Congreso, supuestamente para explicar su eventual participación en el acto feminista radical denominado la procesión de la Poderosa Vulva.
Al margen del derecho de expresión que asiste a quienes montaron dicha procesión e incluso al margen de la santa ira que se apoderó del cachurequismodesquiciado, lo preocupante es que un hecho insignificante para la vida del país terminó por desencadenar una agria situación en la que grupos y personas ultraconservadoras se enfrentaron con grupos y personas progresistas. Unos y otros sacaron a relucir una impresionante agresividad, que de haber ocurrido en épocas pretéritas no habría faltado quien buscara la forma de dilucidarlo por medio de las balas.
A nadie escapa que los congresistas promotores de este acto político, disfrazado con ropaje jurídico, de ninguna manera buscaban «reivindicar las buenas costumbres y la ofensa proferida contra los más sagrados sentimientos de la población católica». Era tan solo un hipócrita acto de vendetta en contra del procurador, a quien se la tienen jurada por haberse atrevido a promover un amparo en favor del comisionado Iván Velásquez, de la Cicig, cuando el presidente Morales pretendió expulsarlo del país, en septiembre pasado.
Al final, esta desmedida batalla fue resuelta por la Corte de Constitucionalidad (CC), al tenderle una especie de salvavidas a Rodas y librarlo de lo que se anticipaba como un descomunal linchamiento político. Por supuesto, ahora los detractores del magistrado de conciencia denostan contra los titulares de la CC, acusándolos, ¡mire nada más!, de «servir a los intereses de la izquierda que pretende venezualizar a Guatemala». Y los progresistas, por su parte, se adjudican el amparo como «un triunfo del Estado de derecho».
Pero el caso es que la coyuntura fue resuelta -al menos así parece al momento de escribir estas líneas-, pero el o los problemas de fondo continúan inalterables: la convulsión social apenas encontró una efímera válvula de escape, que durará hasta que se presente la siguiente crisis de coyuntura y el Estado, en general, seguirá operando con las deficiencias de siempre. Y mientras tanto, la crisis general, la grande a la que aludimos, sigue su marcha nefasta e incontenible.
Y de paso queda demostrado -una vez más- que uno de los temas de fondo en este caso sigue siendo el desmesurado poder que los diputados constituyentes le otorgaron a la CC, desde el momento que consagraron en la Constitución de la República las palabras mágicas: «No hay ámbito que no sea susceptible de amparo…» (artículo 265). Este sí es un problema toral, que mientras persista en el texto de la Ley Suprema, seguirá siendo utilizando por tirios y troyanos y por moros y cristianos, para resolver temas circunstanciales.
Otra manera perversa de buscarle «salidas a la crisis» nos viene desde el ámbito mediático. Tal y como hemos mencionado en más de una ocasión, es en las salas de redacción y no precisamente en las judicaturas donde se decide quién es culpable y quién no. Lo importante para los directores, en el escenario actual, es si usted -funcionario o no- ha sido señalado por la dupla Cicig-MP. Ese nimio detalle bastará para que su reputación o su carrera de años se haga trizas ante el dedo manipulador de la «opinión pública».
Peor aún si alguien, después de ser acusado, resulta absuelto. Tal desenlace solo podría explicarse como resultado de las acciones que se siguen perpetrando en el corrupto sistema de justicia. No hay ninguna otra posibilidad. Si ellos lo acusaron, es porque así era y punto. ¡Jueces vendidos!, se añade con furia.
Así las cosas, vivimos un panorama de alto octanaje, donde la polarización, la descalificación y la desactivación de problemas urgentes -problemas que ya existían desde antes de la venida de la Cicig- ensombrecen cualquier esfuerzo o iniciativa de encontrar soluciones integrales y estructurales por la vía del diálogo, ante lo cual solamente se atina a cuestionar ¿quién podrá desactivar esa bomba?
Es cierto: hoy no hay balas, pero a cambio se cuenta con instrumentos mucho más demoledores e inmanejables: la desconfianza, la intolerancia y el cortoplacismo son apenas algunos. El peor, sin embargo, es que esa situación de explosividad puede finalmente convertirse en el tan temido estallido social incontrolable.
¡Ah, coyuntura maldita! ¡Cuántos crímenes se cometen en tu nombre! 

martes, 20 de marzo de 2018

MEME COLOM, EL SOCIALDEMÓCRATA QUE NO LO FUE


Por: Edgar Rosales 
Este 22 de marzo se cumplen 39 años del incalificable asesinato del líder Manuel Colom Argueta, perpetrado tanto intelectual como materialmente por militares de alta graduación de la época en connivencia con dirigentes empresariales; hecho que significó uno de los golpes más arteros contra las aspiraciones de democracia y desarrollo del pueblo guatemalteco.
Este asesinato, ocurrido en un marco represivo sin precedentes y que terminó por descabezar a lo más granado de la dirigencia del sector popular de la época, vino a complicar aún más la crisis política que vivía el país y, más aún, a agudizar la crisis de liderazgo que, casi cuatro décadas después, sigue siendo imposible de superar.

En esta ocasión no voy a repasar sus notables y extraordinarias ejecutorias políticas que lo consagraron como el mejor alcalde de la ciudad de Guatemala -en una sola administración de cuatro años- o el más visionario político de oposición que ha existido entre nosotros. Estimo que la literatura al respecto es florida e ilustrativa. (Si usted aún no ha leído el libro Meme Colom, líder de líderes puede descargarlo de la Biblioteca «Adrián Inés Chávez» de gAZeta. Es fácil, solo haga clic en este enlace: http://gazeta.gt/wp-content/uploads/2017/12/meme-colom-lider-de-lideres.pdf
Hoy quiero enfocar este homenaje en un asunto toral que ha sido abordado de manera más bien superficial: me refiero a la verdadera ideología que sustentaba.
Y es que a menudo se comete el error -incluso el que esto escribe ha incurrido en el mismo- de identificarlo como líder socialdemócrata. Tal cosa no es cierta. Para comprenderlo, debemos ubicarnos en el contexto que primaba en el escenario político latinoamericano de los años 70, marcado por las características radicales de la Guerra Fría, posición que era inevitable abordar en el seno de la Internacional Socialista, foro en el cual participaba el líder nacional, Manuel Colom.
                  Foto de Meme Colom que aparecía en un volante del FUR durante la campaña                              electoral de 1978.

La disputa entre los sectores no extremistas alcanzaba a los mencionados socialdemócratas y otras expresiones que se identificaban como socialistas no marxistas. Un ejemplo bastante ilustrativo era la disputa que se manifestaba entre organizaciones de izquierda, relativamente conservadoras, como el Partido Liberación Nacional de Costa Rica, el Partido Revolucionario Dominicano (PRD) o Acción Democrática de Venezuela (AD) frente a opciones más radicales, como el caso de los partidos que habían integrado la Unidad Popular de Chile durante el Gobierno de Salvador Allende, el Partido Revolucionario Febrerista, de Paraguay o el Partido Justicialista (peronista) de Argentina o el Partido Socialista Brasileño (por aquellos años en el exilio).
En ese entorno referencial, Manuel se definía como socialista -a secas- y ello lo dejó muy claro durante una muy interesante reunión de trabajo con quienes integramos la juventud del Frente Unido de la Revolución -FUR-. Hace unos días, mientras observaba la fotografía que se reproduce abajo, vino a mi mente que en esa reunión con la juventud del FUR, celebrada una tarde de sábado de 1977, nos dijo, palabras más, palabras menos: «Somos socialistas no socialdemócratas, pero no podemos caer en la trampa de presumir de radicalismos irresponsables. Estoy consciente de que en Guatemala se tiende a confundir el concepto de socialista con el de comunista y ello puede significar efectos terribles para nuestra causa».

Foto de la colección particular del autor, quien aparece con los brazos sobre la mesa. Al fondo, Anna Borghinni, esposa de Manuel.

Por ello Manuel Colom siempre prefirió identificarse como el líder de las Nuevas Generaciones Revolucionarias, inspirado en la Revolución de 1944; especialmente en su fase más profunda, la encabezada por Jacobo Árbenz. En todo caso, independientemente de la definición, el paradigma ideológico y la plataforma de trabajo estaban claras y definidas: la única salida para superar la larga noche negra que agobiaba a Guatemala, no descansaba en las propuestas de un dirigente, por muy asertivo que se le considerara. Ni siquiera alrededor de las propuestas de un partido político, por sensatas que parecieran.
Para Manuel, la gran respuesta ante la imposición de la oligarquía y su gran aliado, el Ejército de Guatemala, pasaba necesariamente por la integración de una diversidad muy amplia de expresiones políticas y populares, para dar paso a un gobierno representado por opciones que iban desde el centro derecha -como la Democracia Cristiana- que involucrara a movimientos populares no partidistas y abriera espacios de participación política a la guerrilla, en una fase ulterior.
   Foto familiar de Meme Colom junto a su esposa, Anna Borghinni en su residencia.
Esa propuesta y sus dimensiones nos indican hasta dónde llegaba la visión y el compromiso de Manuel. Pese a que la dirigencia demócrata cristiana bloqueara en más de una oportunidad sus aspiraciones presidenciales y que los alzados en armas no desperdiciaban ocasión de desacreditar sus posturas no extremistas, él estaba convencido de que únicamente de esa manera se podría abrir el camino hacia la transformación de Guatemala.
Es decir, creía en una alianza de clases, de sectores y de voluntades, donde los únicos que no tendrían cabida serían los sectores que a punta de metralla defendían el establishment, que negaban el ejercicio de los elementales derechos políticos a los ciudadanos, en oprobiosa coyunda con los que mantenían aherrojada a la mayoría de la población, al concentrar el control de los sectores claves de la economía.
De lo contrario, como político curtido por los años de exilio, persecución y cárcel, también estaba convencido que un eventual gobierno encabezado por su partido, de manera aislada, estaría irremisiblemente condenado al fracaso. «Si no organizamos una sólida base popular, demos por descontado que en tres meses estos me dan golpe de Estado, como le ocurrió a Allende. ¿Y saben por qué? Porque nosotros sí vamos a impulsar las reformas de estructura que necesita nuestro país, pero no vamos a poder solos», expresó en alguna ocasión.
    Manuel Colom en su juventud, durante un descanso en un sitio turístico de Italia.
Y entre esas reformas, Manuel nunca ocultó su convicción de que la fiscal y la agraria eran fundamentales para emprender cualquier proceso de desarrollo; temas profundos que la socialdemocracia latinoamericana apenas contemplaba tangencialmente en su ideario.
La importancia de su planteamiento fue entendido por la dirigencia popular de entonces. Por ello, no nos extrañaban sus reuniones con el líder estudiantil Oliverio Castañeda de León, con los sindicalistas Israel Márquez, Pedro Quevedo y Quevedo o Manuel López Balam. Sabíamos que el gobierno popular del FUR necesitaba no solo a Américo Cifuentes, Alfredo Balsells Tojo o Carlos Duarte. Necesitaba a los mejores revolucionarios unidos en un esfuerzo común.
           Meme Colom y Alberto Fuentes Mohr, en la época del Frente Nacional de Oposición                   (1974)
Hoy, al rememorar aquel desgraciado 22 de marzo, todavía con el dolor en el alma a causa del gran proyecto nacional que se frustró con su sangre derramada, vienen a mi mente sus palabras expresadas en uno de sus últimos encuentros públicos: «A mí me pueden matar a la vuelta de la esquina, así como mataron a López Larrave; como asesinaron a Fuentes Mohr o como acribillaron a Fito Mijangos. Pero lo que no puede morir; lo que debe crecer y debe perdurar, es el espíritu de libertad de mi pueblo, ante el cual me rindo con devoción revolucionaria».
Frases premonitorias, excepto en la última parte de esa declaración, porque ese espíritu inclaudicable que esperaba de la gente, sigue sin cumplirse y sin visos de hacerse realidad, al menos en el inmediato futuro.
En esta fecha, como cada año, recuerdo su compromiso infatigable, su sonrisa amistosa, sus discursos ilustrativos, su carisma incomparable… y la tensión de los días previos al fatal desenlace… y las balas… y su sangre. ¡Oh Manuel! ¿Por qué esos malditos se abrogaron el derecho de decidir sobre tu vida? ¡Sin la menor duda, hoy tendríamos otra Guatemala!
Con el sepelio más grande de la historia, el pueblo de Guatemala rinde tributo a su máximo líder, después de cumplirle hasta el último momento. 
La canción que recuerda a Manuel Colom. Fue divulgada por primera vez el 22 de septiembre de 1979.

Fotografía principal de la colección de Edgar Rosales.

miércoles, 14 de marzo de 2018

EL PODER INFINITO DE LOS MEDIOS



Por: Édgar Rosales
edgargt1318@gmail.com

Originalmente publicado en Revista gAZeta

Tenía que ser el admirable Rafael Correa, expresidente de Ecuador, quien pusiera los puntos sobre las íes: «Nuestras democracias deben llamarse democracias mediatizadas. Los medios de comunicación son un componente más importante en el proceso político que los partidos y sistemas electorales; se han convertido en los principales partidos de oposición de los gobiernos progresistas; y son los verdaderos representantes del poder político empresarial y conservador».

El párrafo anterior constituye un axioma aplicable a casi cualquier país latinoamericano en la actualidad, aunque no se trata, en absoluto de una nueva tendencia. Ese rol de la prensa tuvo particular presencia durante el siglo XX, cuando esta tenía que alinearse, sí o sí al establishment, o se arriesgaba a ser tildada de «roja» y, por consiguiente, perseguida por las fuerzas represivas del Estado.
Durante los primeros años de la centuria actual, la posición conservadora de los medios alcanza niveles ultristas, en respuesta al deterioro de las políticas del Consenso de Washington y, coincidentemente, cuando una importante oleada de gobiernos progresistas toma forma en la región.
La primera estrategia de los medios, obviamente reaccionaria, se orientó a invisibilizar los resultados positivos que en materia económica y social iban alcanzando países como Brasil, Argentina y Ecuador. Colocaron en la mente del público el «fracaso del socialismo» cuando se referían a países como Uruguay o Venezuela, o fingen desconocer los impresionantes indicadores macroeconómicos de Bolivia. El fracaso del socialismo.
Luego de consumar esa primera estrategia, en la segunda década del siglo, el ataque se dirige hacia el posicionamiento de lo moral como ideal artificioso de nuestras maras cool. Al respecto, apunta Correa: «El tema de la corrupción se ha convertido en la eficaz herramienta para destruir los procesos políticos nacional-populares en nuestra América. El caso emblemático es el de Brasil, donde una operación política muy bien articulada logró la destitución de Dilma Rousseff de la Presidencia de Brasil, para luego demostrarse que no tenía nada que ver con las cuestiones que se le imputaban. Hay una gran hipocresía mundial en torno a la lucha contra la corrupción».

Y sobre las dos estrategias mencionadas, pervive un asunto esencial y que es el que verdaderamente rige a las otras dos: la creación, al final del día, de una cultura hegemónica construida desde los medios de comunicación, la cual se reduce a lograr que los deseos de las grandes mayorías se correspondan plenamente con los intereses de las élites.
Un ejemplo categórico es lo que ha ocurrido en los últimos tiempos y que ha dado lugar al concepto de «espectacularización» de la justicia. Este se relaciona con la cobertura periodística del caso Lava Jato, en Brasil. Según Barbara Ester Celag, en un artículo publicado en Resumen Latinoamericano, este fenómeno fue evidenciado por especialistas en ética periodística, tras denunciar prácticas infames como alimentar rumores sin la debida verificación, promover filtraciones selectivas y «condenar» a los acusados, antes de la sentencia judicial.
Concretamente, la espectacularización de la justicia presenta curiosos roles repetitivos: la figura del juez «salvador de la patria», Joaquim Barbosa, y su repetición como farsa en el juez de Primera Instancia, Sergio Moro, quien en más de una vez optó por condenar sin pruebas. En Ecuador, la acusación y posterior encarcelación del vicepresidente Jorge Glas, habría de seguir por el mismo rumbo.
En Guatemala el panorama corresponde plenamente con la óptica correísta. La imposición de ideas que llevan a la práctica los medios nacionales, ya sea por complicidad o por la emoción de sentirse «del bando bueno» han abdicado a los otrora románticos valores de objetividad, imparcialidad, coherencia y balance.

El viernes anterior, precisamente, tuvimos una evidencia rotunda e incuestionable acerca de ese papel hipócrita que se menciona líneas arriba. Todos los medios calificaron como una burla la decisión de la Sala Tercera de la Corte de Apelaciones de mantener la inmunidad del alcalde Álvaro Arzú, pero desde esos mismos espacios se le encumbró a los diversos niveles de poder que ha ejercido; unas veces por complicidad y otras, por inexcusable omisión.
Fieles a esa línea dictada desde los estrados ultraconservadores -hoy en oprobioso maridaje con «amplios sectores» sociales- perviven las estrellitas que han monopolizado la opinión en los diversos medios, especialmente durante las últimas dos décadas. Ellas son las que deciden, de acuerdo con la agenda, quién es bueno y quién es malo; quién es justo y quién es perverso. Quién es bien pensante y quién merece escarnio por su pecado original de nacer cachimbiro.
Es decir, se desplazó el Estado de derecho al sustituirlo por un Estado omnímodo de los medios, donde no es un Miguel Ángel Gálvez, una Yasmin Barrios o una Claudette Domínguez quien tiene la última palabra. Esta ya ha sido emitida, desde el momento mismo de hacerse pública una imputación -y sin siquiera haber leído el expediente-, por un José Rubén Zamora, un Mario Antonio Sandoval o un Juan Luis Font, sin que necesariamente estén capacitados para interpretar la fenomenología social, económica o política y menos aún, la jurídica.

Y usted, sin percatarse siquiera, replica ese mensaje anodino y vacío, mejor si en las redes sociales, porque ignora que durante años así han «formado» su opinión. Claro, ante la pereza intelectual que padecemos la mayoría de guatemaltecos, resulta de lo más cómodo repetir sin mayores reparos lo que se ha leído y escuchado, porque al fin y al cabo «si ellos lo dicen, así debe ser».
Y así será mientras las élites progresistas no comprendan que lo que está en juego no es la libertad de satanizar sino lo que dicho concepto -libertad- significa para vivir en democracia. Y que el ejercicio de esta debe ser pleno y para todos. Es la prensa la que jamás ha asumido un compromiso con ella. Antes bien, invocando y manoseando su nombre, tan solo ha sido una beneficiaria de sus bondades.

viernes, 9 de marzo de 2018

DEMAGOGO SUPERSTAR



Por: Édgar Rosales

Originalmente publicado en Revista gAZeta 

Por si acaso quedaba alguna duda, esta fue despejada durante el «Tercer Encuentro Ciudadano», pomposo nombre adjudicado a una reunión de élites de origen e intereses más o menos diversos, que fueron convocadas para escuchar y deshacerse en alabanzas hacia la figura predominante sobre todas las demás ahí congregadas: el millonario populista Dionisio Gutiérrez.

Lo anterior no es ninguna invención ni delirio obsesivo hacia un empresario con aires de político. Basta una ojeada a los diarios de ayer, o un vistazo a los telenoticieros para darse cuenta que todos cerraron filas, con servilismo rayano en la ignominia, para destacar la presencia de Gutiérrez en el foro, y de nadie más. Nada extraño, porque así es como la prensa construye nuestros superstars, nuestros «héroes buenos que somos más» y, por supuesto, así es también cómo define a los malos de la película.

A causa de ese maniqueísmo mediático, resulta que Dionisio Gutiérrez lejos de ser al menos investigado por los innumerables casos anómalos en que se le involucra, algunos de los cuales han sido publicados, viene a ser una especie de salvador de Guatemala, para lo cual basta con declararse, así de repente, enemigo acérrimo de «los políticos» -en general- por ser los culpables de todo y de «algunos» -en particular- empresarios delincuentes, pobres víctimas de los primeros.

Por supuesto, se debe reconocer la habilidad para manejar el discurso que conviene en estos momentos y tomar parte desde «el lado correcto de la historia». Y de enviar a las masas adormecidas el discurso que están esperando oír de alguien. Por ello, nada extraña que después de ser su cómplice en el ascenso al poder, ahora despotrique contra su antiguo aliado, el expresidente Otto Pérez Molina. Eso es, precisamente, lo que se debe decir.

¿Acaso no resulta seductor, digno de encomio y hasta parece muy macho aquel que tilde de torpe e ignorante al señor presidente de la República? Aunque no sea ninguna novedad, se «siente bonito» que alguien se lo diga en público (¡oh hazaña!) ¿Quién no ha escuchado que la corrupción no tiene ideología? ¿Quién no se siente reivindicado al saber que un señor encopetado comparte el criterio generalizado de que «es necesaria la persecución implacable a quienes cometen delitos»?

Sin embargo, ¿puede haber actitud más servilista que el titular de Publinews: «Dionisio Gutiérrez llama “torpe e ignorante” al Gobierno y se gana cientos de aplausos»? ¿Y qué tal el de Guatevisión: «Dionisio Gutiérrez: “Señor presidente, deje de avergonzar a Guatemala”»? Todos los demás, según esta óptica retorcida, fueron simples invitados de piedra que no dijeron nada digno de ser destacado.

Es decir, palabras resobadas, frases estudiadas, conceptos prefabricados y ocurrencias como esa de «La izquierda me llama fascista. La derecha me llama comunista. Ya tengo un problema de identidad». Nunca he sabido que alguien lo llame «comunista» y quienquiera que lo haya hecho, entonces sí que tiene un problema de identidad. De identidad y de ubicación.

Frente al egocentrismo monumental de este personaje, resulta lamentable que la extensa trayectoria de personas como Helen Mack o Carolina Escobar Sarti palidecen irremisiblemente ante el fulgor del superstar.

Lo he mencionado anteriormente: la propuesta, objetivos, contenidos y alcances que pueda tener este Frente Ciudadano Contra la Corrupción son correctos, dignos de apoyarse y abren una enorme esperanza para el país. Incluso, he señalado que la mayoría de los firmantes de su proclama inicial me parecen personas con liderazgo, bienintencionadas y que sustentan preocupaciones genuinas en torno a la corrupción, sus inconmensurables problemas y los obstáculos que representa para construir un mejor futuro para Guatemala.

Sin embargo, una presencia ensombrece todo ese esfuerzo y la trayectoria de todas esas personas. Y si no, veamos la majestuosa troleada que le dieron las redes sociales -netcenters e internautas auténticos- a Dionisio Gutiérrez mientras su portentosa pieza discursiva era divulgada por diferentes medios.

Considero, entonces, que si se pretende conducir por la ruta apropiada esta iniciativa, es necesario, preciso e indispensable exorcizar al demonio que se pretende lavar la cara y vestirse de Primera Comunión, usando el liderazgo y el buen nombre de todos los demás.

De lo contrario, lo más seguro es que todo este esfuerzo termine en la basura. Y es que, puestos a pensar, en la lucha contra la corrupción e impunidad tampoco es válido invitar a la mesa a cualquiera. ¿O es que acaso Gutiérrez no ha sido a la justicia, lo que Manuel Baldizón a la política? Yo no encuentro diferencias reales a la hora de hacer el balance (y si no cree, pregúntele al Tío Juan).

Quizá lo único que le concedo a este manipulador profesional es lo afirmado en una entrevista reciente con Prensa Libre: «Más que al empresariado, creo que a la sociedad, con todo respeto, con toda humildad, hago un llamado a que busquemos la forma de reencontrarnos, de volver a dialogar, de hacer un esfuerzo importante por bajarle el volumen, en la medida de lo posible, a todo eso que se llama manipulación de la información…».

En efecto, ese es uno de los problemas torales que deben ser abordados, y no solo por el citado Frente Ciudadano sino por toda la sociedad. Se va acercando la hora de que los medios de comunicación también desempeñen un rol responsable en el proceso de lucha anticorrupción, porque al final del día, estos no están exentos de culpabilidad por el deterioro y enfrentamiento al que nos han conducido, al satanizar a unos -de acuerdo con sus intereses- y sacralizar a otros -de acuerdo con sus intereses-.

Y por el bien de Guatemala, la auténtica, no la que pretende fabricar este señor, espero que la próxima vez tengamos noticias más alentadoras acerca de este Frente. Enterarnos, por ejemplo, que los ingenuos personajes que lo respaldan han entendido que la amnesia histórica es uno de nuestros padecimientos más graves. Y sobre todo, haber entendido que no es lo mismo ser cabeza de ratón que cola de león. 

Fotografía principal tomada de Guatevisión.

lunes, 5 de marzo de 2018

PACTO CON EL DIABLO



Por. Édgar Rosales
En algún lugar leí que ante las crisis, los pueblos latinoamericanos se aferran desde tiempos ancestrales a cualquier creencia que les brinde un poco de alivio en la tormenta. Según esta teoría -por demás comprobada- así se explica el porqué aumentan las congregaciones religiosas, se acude al brujo, se lee con devoción el horóscopo… o se hacen pactos con el diablo.

Esta impresión me ha causado al ver el surgimiento de un Frente Ciudadano Contra la Corrupción en días pasados, el cual no es sino la integración de personas más o menos representativas de grupos más o menos organizados y de algunos personajes que de buena fe acudieron a respaldar una loable iniciativa como esta. Algunos, subrayo.
Y es que, hablando en plata, ¿puede haber algo más encomiable que luchar contra el flagelo de la corrupción, sobre todo ahora que el tema ha sido posicionado por los medios de comunicación como «el más importante de los problemas estructurales en Guatemala»? Un mensaje que, sutil pero alevosamente, pretende ocultar de la opinión pública la gravedad de la desnutrición, el deterioro de la educación o el abandono de la salud.
Es tan sexy referirse en esos términos a la corrupción, que un columnista escribió hace poco algo así como que «es preciso terminar con la corrupción para empezar a ocuparnos de los demás problemas». Me recordó que en un curso impartido por el CIEN escuché a María del Carmen Aceña asegurar que había que seguir el ejemplo de Japón, cuya población se dedicó a buscar el crecimiento económico y dejó de lado cosas que no son útiles, como la producción artística (I swear to God).
Decía, entonces, que pese a ser inexacto, lo correcto es apoyar la lucha contra la corrupción. Y como indicaba, en esta propuesta participan algunos personajes bienintencionados y con un prestigio intachable. Todos, menos uno. Lamentablemente, las buenas credenciales no son suficientes para opacar la presencia del que viene a estropear todo el esfuerzo. Del autor del pacto: un tal Dionisio Gutiérrez.
La realidad es que la presencia de este señor anula toda buena intención que pudiera animar al Frente. Me hizo recordar que en 1993 coordinó un intento similar, que entonces fue bautizado como Instancia Nacional de Consenso (INC), alrededor de la cual se articularon empresarios y lo más relevante del movimiento popular de la época -con Rigoberta Menchú a la cabeza- con la mira de sacar al país de la crisis originada tras el Serranazo.
La INC estaba presidida por Peter Lamport -el empresario de los licores que pidió perdón en el acto de lanzamiento del Frente-. Y si bien le conozco como buena persona, muy accesible y de mentalidad mucho más amplia que la mayoría de los de su clase, es difícil redimir a quien contribuyó al descalabro económico y social de este país, la corrupción incluida.
Y es que la Instancia logró el propósito de recuperar la estabilidad quebrantada por Jorge Serrano, de acuerdo, pero después fue instrumentalizada (cooptada, dirían hoy) para promover las nefastas reformas constitucionales de 1994, dando inicio al proceso de privatización solapada de la educación, por medio de herramientas oscuras como el Pronade.
Peor aún: esas reformas le prohibieron a la Junta Monetaria autorizar que el Banco de Guatemala le otorgara financiamiento al Estado, sentenciando a este a caer, sí o sí, en los sacrosantos brazos de los empresarios. Enriquecimiento privilegiado a costa de «garantizar la estabilidad monetaria, cambiaria y crediticia del país».
Por otro lado, esta modalidad de agrupar gente con cierto liderazgo en torno a temas de interés amplio no es ninguna novedad en Guatemala, aunque los fines obtenidos no siempre han sido muy concisos ni de largo plazo. En 1995, por ejemplo, se lanzó la Alianza Contra la Impunidad con una impresionante cantidad de personajes ligados al movimiento popular, pero sus objetivos no llegaron más allá de apoyar la promulgación de la Ley de Reconciliación Nacional y lograr que los militares responsables de crímenes contra la humanidad no quedaran sin castigo.
En el caso actual, la idea es válida, de eso no hay la menor duda. Infortunadamente, su principal promotor es una de las personas, como pocas en Guatemala, que tiene más motivos para utilizar este colectivo como un mecanismo para lavarse la cara.

Gutiérrez es uno de los tantos responsables de haber contribuido a que Otto Pérez Molina, Roxana Baldetti y toda la corte mafiosa del Partido Patriota llegara al poder, apoyándolos con abundantes recursos económicos y acceso a otros círculos de poder. Eso no es ningún secreto. Tampoco lo es que, públicamente, anunció su apoyo a favor del presidente Jimmy Morales, pero curiosamente ni el Tribunal Supremo Electoral ni Cicig-Ministerio Público lo han siquiera mencionado en la lista de financistas anónimos del FCN.
Y he ahí otra sombra sobre el Frente: ¿qué hacía una funcionaria pública, como la fiscal general Thelma Aldana en un acto político? ¿Por qué el colectivo tenía que expresar apoyo a personas y no centró su propuesta en los mecanismos, métodos o planes para lo que dicen que es su objetivo: la lucha contra la corrupción?

Como siempre, soy muy directo: no soy el único que vio en esa actividad todo un montaje político-electoral para fortalecer la cada vez menos disimulada candidatura presidencial de la fiscal Aldana. Por supuesto, tiene todo el derecho de sustentar esa aspiración pero ¿acaso no está en la picota el uso de recursos públicos con fines clientelares? ¿Existe justificación racional para su reunión con la comunidad migrante en Estados Unidos, uno de los grandes electores en las próximas elecciones?
Y aquí he mencionado apenas unas cuantas razones para desconfiar, no de la mayoría de participantes, pero sí de los principales cabecillas del Frente Ciudadano. No sé ustedes, pero yo prefiero orientar la lucha contra la corrupción y la impunidad desde otras trincheras; junto a otras personas o, si se prefiere, desde este humilde pero cuestionador espacio. ¡En este Frente es insoportable el olor a azufre!