miércoles, 14 de marzo de 2018

EL PODER INFINITO DE LOS MEDIOS



Por: Édgar Rosales
edgargt1318@gmail.com

Originalmente publicado en Revista gAZeta

Tenía que ser el admirable Rafael Correa, expresidente de Ecuador, quien pusiera los puntos sobre las íes: «Nuestras democracias deben llamarse democracias mediatizadas. Los medios de comunicación son un componente más importante en el proceso político que los partidos y sistemas electorales; se han convertido en los principales partidos de oposición de los gobiernos progresistas; y son los verdaderos representantes del poder político empresarial y conservador».

El párrafo anterior constituye un axioma aplicable a casi cualquier país latinoamericano en la actualidad, aunque no se trata, en absoluto de una nueva tendencia. Ese rol de la prensa tuvo particular presencia durante el siglo XX, cuando esta tenía que alinearse, sí o sí al establishment, o se arriesgaba a ser tildada de «roja» y, por consiguiente, perseguida por las fuerzas represivas del Estado.
Durante los primeros años de la centuria actual, la posición conservadora de los medios alcanza niveles ultristas, en respuesta al deterioro de las políticas del Consenso de Washington y, coincidentemente, cuando una importante oleada de gobiernos progresistas toma forma en la región.
La primera estrategia de los medios, obviamente reaccionaria, se orientó a invisibilizar los resultados positivos que en materia económica y social iban alcanzando países como Brasil, Argentina y Ecuador. Colocaron en la mente del público el «fracaso del socialismo» cuando se referían a países como Uruguay o Venezuela, o fingen desconocer los impresionantes indicadores macroeconómicos de Bolivia. El fracaso del socialismo.
Luego de consumar esa primera estrategia, en la segunda década del siglo, el ataque se dirige hacia el posicionamiento de lo moral como ideal artificioso de nuestras maras cool. Al respecto, apunta Correa: «El tema de la corrupción se ha convertido en la eficaz herramienta para destruir los procesos políticos nacional-populares en nuestra América. El caso emblemático es el de Brasil, donde una operación política muy bien articulada logró la destitución de Dilma Rousseff de la Presidencia de Brasil, para luego demostrarse que no tenía nada que ver con las cuestiones que se le imputaban. Hay una gran hipocresía mundial en torno a la lucha contra la corrupción».

Y sobre las dos estrategias mencionadas, pervive un asunto esencial y que es el que verdaderamente rige a las otras dos: la creación, al final del día, de una cultura hegemónica construida desde los medios de comunicación, la cual se reduce a lograr que los deseos de las grandes mayorías se correspondan plenamente con los intereses de las élites.
Un ejemplo categórico es lo que ha ocurrido en los últimos tiempos y que ha dado lugar al concepto de «espectacularización» de la justicia. Este se relaciona con la cobertura periodística del caso Lava Jato, en Brasil. Según Barbara Ester Celag, en un artículo publicado en Resumen Latinoamericano, este fenómeno fue evidenciado por especialistas en ética periodística, tras denunciar prácticas infames como alimentar rumores sin la debida verificación, promover filtraciones selectivas y «condenar» a los acusados, antes de la sentencia judicial.
Concretamente, la espectacularización de la justicia presenta curiosos roles repetitivos: la figura del juez «salvador de la patria», Joaquim Barbosa, y su repetición como farsa en el juez de Primera Instancia, Sergio Moro, quien en más de una vez optó por condenar sin pruebas. En Ecuador, la acusación y posterior encarcelación del vicepresidente Jorge Glas, habría de seguir por el mismo rumbo.
En Guatemala el panorama corresponde plenamente con la óptica correísta. La imposición de ideas que llevan a la práctica los medios nacionales, ya sea por complicidad o por la emoción de sentirse «del bando bueno» han abdicado a los otrora románticos valores de objetividad, imparcialidad, coherencia y balance.

El viernes anterior, precisamente, tuvimos una evidencia rotunda e incuestionable acerca de ese papel hipócrita que se menciona líneas arriba. Todos los medios calificaron como una burla la decisión de la Sala Tercera de la Corte de Apelaciones de mantener la inmunidad del alcalde Álvaro Arzú, pero desde esos mismos espacios se le encumbró a los diversos niveles de poder que ha ejercido; unas veces por complicidad y otras, por inexcusable omisión.
Fieles a esa línea dictada desde los estrados ultraconservadores -hoy en oprobioso maridaje con «amplios sectores» sociales- perviven las estrellitas que han monopolizado la opinión en los diversos medios, especialmente durante las últimas dos décadas. Ellas son las que deciden, de acuerdo con la agenda, quién es bueno y quién es malo; quién es justo y quién es perverso. Quién es bien pensante y quién merece escarnio por su pecado original de nacer cachimbiro.
Es decir, se desplazó el Estado de derecho al sustituirlo por un Estado omnímodo de los medios, donde no es un Miguel Ángel Gálvez, una Yasmin Barrios o una Claudette Domínguez quien tiene la última palabra. Esta ya ha sido emitida, desde el momento mismo de hacerse pública una imputación -y sin siquiera haber leído el expediente-, por un José Rubén Zamora, un Mario Antonio Sandoval o un Juan Luis Font, sin que necesariamente estén capacitados para interpretar la fenomenología social, económica o política y menos aún, la jurídica.

Y usted, sin percatarse siquiera, replica ese mensaje anodino y vacío, mejor si en las redes sociales, porque ignora que durante años así han «formado» su opinión. Claro, ante la pereza intelectual que padecemos la mayoría de guatemaltecos, resulta de lo más cómodo repetir sin mayores reparos lo que se ha leído y escuchado, porque al fin y al cabo «si ellos lo dicen, así debe ser».
Y así será mientras las élites progresistas no comprendan que lo que está en juego no es la libertad de satanizar sino lo que dicho concepto -libertad- significa para vivir en democracia. Y que el ejercicio de esta debe ser pleno y para todos. Es la prensa la que jamás ha asumido un compromiso con ella. Antes bien, invocando y manoseando su nombre, tan solo ha sido una beneficiaria de sus bondades.

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