Por: Édgar Rosales
Como es de sobra conocido, desde abril del 2015 el país vive una de las crisis políticas más severas y prolongadas de su historia. En ese lapso se han registrado algunos picos de tensión particularmente agudos, especialmente a partir de agosto del año pasado, cuando el presidente Jimmy Morales cometió la singular torpeza de intentar el retiro del comisionado de Cicig, Iván Velásquez, sin contar con las condiciones políticas y diplomáticas para consumar su propósito.
Una característica de esta crisis ha sido la proliferación de advertencias al Gobierno, originadas en diversos círculos de influencia locales y extranjeros, en repudio a las acciones emprendidas por Morales y sus acólitos. El mensaje se resume en: «no hay forma de que usted, presidente, ni su caterva de militares, politiqueros y empresarios mafiosos y tradicionales que forman el círculo íntimo de poder, puedan salir bien librados de sus artimañas».
También se ha caracterizado por la ausencia de diseño estratégico en los intentos de Morales. Por ejemplo, su excanciller, Raúl Morales le falló a la hora de solicitar el retiro de Velásquez durante la cita con António Gutérres, secretario general de la ONU, y su exministro de Gobernación, Francisco Rivas, se le rebeló al impedir que la PNC se prestara a custodiar al comisionado hacia el avión que se tenía preparado para expulsarlo del país «con la ropa que tuviera puesta» (la aeronave fue facilitada por un oligarca chapín, ahora enemigo declarado del mandatario).
En adelante, la cadena de reveses para el presidente Morales ha sido impresionante. La Corte de Constitucionalidad, la PDH, la Plaza, fueron categóricos al respecto. En lo externo, senadores de los partidos Republicano y Demócrata, el secretario John Kelly, hasta el secretario de Estado Rex Tillerson, han manifestado claramente su apoyo a la Cicig e, incluso, han resaltado la importancia de la continuidad de su comisionado actual.
Reducida su capacidad de maniobra, Morales (mejor dicho, sus asesores), y ante la ausencia total de personalidades prestigiosas en su entorno, armaron una alianza con otro perseguido por la justicia, el alcalde Álvaro Arzú, razón fuerte para formar equipo y unir los misiles. Lo más importante: controlar la Junta Directiva del Congreso de la República, lo cual se logró al incorporar a firmitas impresentables pero manejadoras de votos… y chequeras.
Sin embargo, no todo ha sido miel sobre hojuelas para la Directiva cuestionada. En su desesperación, Morales y su cohorte han acudido a otros actores en busca de auxilio. Es obvio que la fiera está herida y no se va a dar por vencida sin dar batalla. La más reciente -otra torpeza monumental-, haber enviado a la ONU a la canciller Sandra Jovel a remover el tema Velásquez-Cicig, con resultados vergonzosos para quien pretende ser la cabeza de la política exterior. ¿Terminaron, entonces, las posibilidades de Morales de lograr sus perversos objetivos?
Para nada. El posterior acto de sumisión de las armas nacionales ante los «servicios prestados a la patria» por parte de la canciller Jovel, fue toda una cita con la ignominia. Tales «servicios» no son sino el cumplimiento de obligaciones ministeriales, al negociar con Israel algún apoyo para el Ejército, lo cual tampoco representa hazaña alguna, tomando en cuenta el «agradecimiento diplomático» israelí, tras el anuncio del traslado de la embajada de Guatemala a Jerusalén.
Pero lo toral detrás de ese acto, seguido de otros en los que la alta oficialidad del Ejército ha enviado claras muestras de alineación con los poderes oscuros, es que la institución debe ser tomada en cuenta como un elemento más de la causa de los corruptos. ¡Como una amenaza! Y es que los militares pasan por una de las fases más críticas de su historia: sus «héroes de guerra» han sido acusados, procesados y encarcelados. Otros de sus oficiales referentes -Otto Pérez Molina, Juan de Dios Rodríguez o Mauricio López Bonilla- están vergonzosamente vinculados con actos de corrupción. Y sobre muchos otros pesa la sospecha de mantener estrechos vínculos mafiosos, al grado de haber convertido al Ejército en una especie de apéndice del narco.
De sus «líderes modernos» no se puede esperar mucho. El caso del exministro Williams Mansilla, ligado a proceso por abuso de autoridad y peculado por sustracción, es una continuación de la línea deleznable protagonizada por otros generales -aunque sean casos distintos-, como el que involucró a Abraham Valenzuela, titular de la Defensa en tiempos de Colom y defenestrado por sus vínculos con el narcotráfico.
Para colmo de sus colmos, a la población el Ejército ya no le merece aquella confianza de hace pocos años. Al contrario, las dudas de que las tropas sirvan para algo se empieza a arraigar, tomando en cuenta los lamentables resultados de las fuerzas combinadas en materia de seguridad. Entonces, con todos estos elementos, no es aventurado afirmar que los chafarotes carecen de razones para apoyar la lucha anticorrupción y serían uno de los sectores interesados en sacar a la Cicig.
¿Significa que Morales y sus asesores de ocasión piensan en el Ejército como un último recurso? Tal versión ha circulado con fuerza. Hasta el alcalde Arzú ha abonado a la idea, al celebrar un deleznable homenaje a los cadetes por su «heroica defensa de la bandera», el 14 de septiembre pasado.
La posibilidad de un golpe de Estado (o figura similar), una vez deje de serles útil el presidente, se dice que ya está sobre la mesa. Es difícil saber si los oficiales que alientan dicha idea (originada en la cárcel Mariscal Zavala) han tomado en cuenta las repercusiones internacionales que tendría tan descabellada idea. Es posible que no y que, ante el riesgo de enfrentar juicios a futuro, no duden en salpicar la institucionalidad. ¡Se ha hecho antes!
En medio del debate cabe la esperanza de que la oficialidad más joven (que ahora recibe formación universitaria con Eduardo Suger) tenga una mejor perspectiva y que pueda erigirse en la última reserva moral a lo interno del Ejército para garantizar la democracia. Aunque esto último, tampoco debe verse como la gran esperanza. Recordemos que gente como Mauricio López Bonilla o el general Leonel Sisniega Cordero fueron de los -en su momento- aclamados oficiales jóvenes que le dieron el golpe a Lucas García, pero una vez involucrados en los círculos de poder, terminaron como muchos de sus mentores... o peor.
¡Una vez más: los días por venir prometen muchas sorpresas!
Fotografía principal tomada de Publinews.
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