Por: Édgar Rosales
Tal vez luzco muy salvaje al proponer la medida que le da título a esta nota. Pero no es así. Quienes me conocen saben que soy un apasionado de las manifestaciones culturales y deportivas, elementos esenciales de la vida de cualquier sociedad, aunque a las autoridades de Educación les costó mucho esfuerzo llegar a tal conclusión.
El caso es que, 32 años después de creado, uno no puede ser indiferente ante la caótica conducción que ha tenido el Ministerio de Cultura y Deportes (Micude); actitud errática que se agravó desde el Gobierno de Pérez Molina, cuando la actividad cultural pasó a ser uno de los tantos núcleos de negocios corruptos que caracterizó a dicho período.
En el Gobierno actual no es censurable solo por el deplorable hecho de alcanzar apenas un 65.7 % de ejecución presupuestaria durante el 2017, lo cual significa que se despilfarraron Q 371 millones (que de ninguna manera se puede calificar como gasto), según datos del Minfin. La razón para exigir su clausura se sustenta en la precaria concepción con que se han gestionado los procesos culturales y deportivos desde el Estado guatemalteco, los cuales obedecen principalmente a una programitis desvinculada de una visión estratégica e integral.
Y es que los gobernantes han tenido criterios muy limitados en relación con el Micude. Para Álvaro Arzú, por ejemplo, se trataba de un espacio para privilegiar actividades puramente elitistas y con fines de mera entretención.
En el régimen de Alfonso Portillo se instaló la demagógica tendencia de nombrar a personas indígenas al frente del Micude, y en esa linea designó a Otilia Lux de Cotí. Sus sucesores, Óscar Berger, Álvaro Colom y Otto Perez mantuvieron esa orientación, nombrando a Manuel Salazar, Jerónimo Lancerio y Carlos Batzín, respectivamente. Demagógica, decía, porque su presencia solo fue un acto políticamente correcto, pero nunca fueron el factor estratégico para el diseño de políticas de Estado dirigidas a velar por el contexto cultural de los pueblos indígenas.
Y hay otro error histórico presente en la elección de ministros «de Cultura». Se ha creído que para ello basta con ser un personaje con acervo cultural distinguido. Esto se manifestó rudamente cuando asumió el exministro Dwight Pezzarossi y fue ridiculizado públicamente por la prensa, al plantearle preguntas de conocimiento general, a sabiendas que su formación era básicamente de futbolista.
Sin embargo, tampoco puede decirse que la efímera gestión de su sucesora, Ana María Rodas, fuera notable y exitosa, pese a ser una persona sumamente cultivada. Y es que en ninguno de ambos casos el responsable designado cumplía el perfil requerido para desempeñar el cargo. A menudo se olvida que el Ministerio tiene dos apellidos: Cultura y Deportes.
Es decir, no basta con ser culto o manifestar interés en la cultura para ser ministro. Lo deseable es que sea una persona con experiencia o formación en gestión pública, y aplicar estas a la cultura y el deporte, tal como se hace en cualquier otra rama de la administración estatal.
Por ello es que la maquinaria encabezada por José Luis Chea es irrelevante, insípida, incolora y, sobre todo, inodora. Se trata de una persona con experiencia diplomática y, sin duda, con un buen nivel cultural. Sin embargo, y a juzgar por los resultados, tales credenciales no le libran de ser un enciclopédico desconocedor en materia de gestión pública.
Despilfarro ingrato. ¿Recuerda usted la famosa y pantagruélica cena familiar celebrada por el ministro José Luis Chea en el Palacio? Pues bien, igual de sibarítico y dispendioso ha sido con los recursos del Micude. (Foto Guatevisión).
Lo vimos cuando, a medida que se acercaba el cierre fiscal de 2017 y su ejecución presupuestaria a noviembre reportaba un poco más del 40 %, se dedicó a subir sus números por medio del gasto desordenado y superfluo. Por eso lo vemos en intensos y nada productivos periplos por Rhode Island y otras ciudades estadounidenses, acompañado de un séquito injustificable… al menos en términos administrativos.
Pero no fue suficiente para «mejorar» la ejecución y se lanzó a derrochar el dinero público en un ostentoso viaje a París, entre el 9 y 18 de noviembre, con el pretexto del 50 aniversario del otorgamiento del Premio Nobel a Miguel Angel Asturias. Aunque no es una fuente profesional, elPeladero publicó que en ese tourabundaron funcionarios del Micude que poco o nada saben de nuestra máxima gloria literaria, pero que les representaba una inmejorable oportunidad para ir de shopping a las glamorosas tiendas parisinas.
Según el reporte de ejecución presupuestaria regularizado, este viaje tuvo un costo de más de Q 350 mil. Incluso, Q 75 mil fueron destinados a cubrir los gastos del director de Comunicación Social, Estuardo Estupinián y ¡asústese usted! para pagarle el viaje a una reportera de Guatevisión, a cambio de un par de infomerciales disfrazados de reportajes. Para decirlo con sus letras: una fabulosa fafa institucional. Y es que estamos hablando del medio que dio a conocer la opípara cena familiar que el ministro organizó en uno de los salones del Palacio Nacional de la Cultura, pese a tratarse de un patrimonio estatal, jamás de uso particular.
Pues bien, el flamante ministro, muy sibarita él, no podía reducir su escapada tan solo a la Francia romántica. Entre el 19 y 26 de noviembre se fue a Pune y Mumbai, y luego a Nueva Delhi, India. El monto de lo erogado en estos viajes se estima en Q 350 mil. Se conoce, documentalmente, que Q 160 mil provienen de la Dirección de las Artes y Q 154 mil del Viceministerio del Deporte. Pero también hay casos como el de la prepotente asesora financiera, Yassmyn García de Lima, quien habría dispuesto de Q 30 mil de gastos a París y una cantidad similar a Juan Alberto Monzón Esquivel, viceministro del Deporte, pese a que la presencia de ambos en la Ciudad Luz, difícilmente se puede justificar.
Esta pequeña investigación financiera es apenas una pálida muestra de cómo se malgastan los recursos públicos en una institución que se ha ganado, a pulso, la percepción de ser totalmente inútil para un país con críticos indicadores de pobreza, salud, educación e inseguridad. Incluso, sin ir a temas tan complejos, con operadores de la cultura y del deporte padeciendo las precariedades más inconcebibles.
Dicen que los subalternos tienden a imitar al jefe, lo cual tiene lógica al ver el ejemplo del presidente y sus gastos tan injustificables como escandalosos, seguidos por esta cartera de menor categoría. Espero que ahora comprenda que no soy ningún salvaje y el porqué de mi indignación y deseo del cierre de un ministerio inútil, oneroso y desvinculado de la realidad. Y de iniciar, por supuesto, una reingeniería total, que se dedique a trazar la ruta que merecen nuestra cultura y nuestro deporte.
¡Y pensar que el presupuesto para este año será exactamente igual al de 2017! Es indispensable que el Congreso, pero sobre todo, la ciudadanía, fortalezcan su fiscalización sobre el paraíso de corrupción e inepcia en que han convertido al Micude.
Imagen principal tomada de Ruiz-Healy Times.
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