jueves, 1 de febrero de 2018

HACIA UN NUEVO PACTO ANTICORRUPCIÓN


Por: Édgar Rosales
Y bueno, hay que reconocer que Álvaro Arzú sigue siendo el político más hábil de Guatemala. Hábil para manejar los hilos que genera el poder; hábil para manipular las instituciones desde el corazón mismo de la superestructura política; hábil para engañar a quienes lo eligen una y otra vez, no obstante lo intrascendente de su labor municipal. El más hábil… no el mejor ni el más asertivo.
Su más reciente demostración de esa habilidad -todos lo sabemos- fue la capacidad de articular un temible engendro en el Congreso de la República, al integrar una Junta Directiva con diputados carentes de credibilidad y cuyo presidente, Álvaro Arzú Escobar, su hijo, ha jugado el papel de ilustre desconocido durante los dos años que ha ocupado la única curul del Partido Unionista, quien será acompañado por unas joyitas marca Estuardo Galdámez, Javier Hernández, Felipe Alejos y Ramón Lau, acertadamente calificados como impresentables y quienes realmente van a manejar la agenda.
Se ha argumentado acerca de los propósitos que persigue este nuevo Eje del Mal, que unifica los objetivos de impunidad que presiona a los dueños de Casa Presidencial, Palacio Legislativo y Palacio de La Loba. Por ende, no existe la menor duda de que con esta nueva composición de fuerzas nos espera: la sepultura de las reformas constitucionales, el retroceso en el proceso de reforma electoral, la incidencia en la designación de fiscal general (la decisión la tomaría el presidente Morales, a sugerencia, entre otros, del alcalde Arzú) y, eventualmente, una coordinación Ejecutivo-Legislativo en la derogatoria del acuerdo de Cicig.
Y sin embargo -optimista que es uno- el advenimiento de este Eje del Mal abre una oportunidad fabulosa para no desmayar y derrotarlo. Ya hay quienes hablan de regresar a La Plaza, como en el 2015 o en septiembre pasado. Otros dicen que es momento de fortalecer la denuncia y de seguir fomentando la resistencia y hasta se sugieren nuevas jornadas de paro nacional. Y tampoco se ha hecho esperar la avalancha de tuits y likes en las redes sociales, dejando constancia del amplio rechazo.
Empero, mi optimismo es más amplio. Si bien las mencionadas son formas de lucha social propias de los nuevos tiempos, también han demostrado que muy pronto se agotan. Pareciera que se necesita una dosis exagerada de indignación para emprender movilizaciones exitosas. Y agregaría que también se requiere de un considerable nivel de organización, inexistente por ahora.
Hablo de la formulación de un nuevo pacto social. Un pacto anticorrupción, pero no exclusivamente circunscrito a este problema. Hablo de una plataforma político-electoral capaz transformar el país, que no se limite a la reforma de ciertas leyes (porque la emisión de estas no resuelve los males de fondo, como a menudo se cree). Hablo de un Pacto Social de largo aliento, que impulse reformas de estructura reales, que lleven a la erradicación de la pobreza, como gran objetivo.
Pero… ¿no es eso lo mismo que tantos temen? ¿La construcción de otra Venezuela? NO, en absoluto. El tiempo de las utopías quedó atrás, o probablemente nunca llegó por acá. Hablo de construcciones reales, de desplazar a los mafiosos del poder pero sin conformarnos con ello. Hablo de construir un programa que resuelva problemas actuales -no solo los entretenga- y se anticipe a prever los futuros. Hablo de propuestas tangibles en lugar de ilusiones simbólicas.
En estas circunstancias viene a mi mente el siempre postergado sueño de unificar a todas las izquierdas guatemaltecas. Nunca se ha logrado, aunque se estuvo muy cerca. Recuerdo el caso del Frente Democrático Nueva Guatemala (FDNG), cuyo fracaso se debió a que sus líderes, quienes encabezaban el movimiento popular en los años 90, extraviaron la brújula y creyeron que bastaba con llevar a la Presidencia ¡vaya paradoja! a Álvaro Arzú, porque ya había pactado la firma de la paz con «la Comandancia» y ganar algunas cuantas curules (las de ellos).
Lamentablemente, la participación de la URNG en la vida política ha sido un rotundo fiasco y agrupaciones como Winaq o Convergencia han tenido una influencia más bien marginal. Así que el proceso electoral del año entrante nos sorprende en un marco totalmente adverso para los sectores democráticos. Poco a poco se consolida la pesadilla iniciada en el 2012 con el ascenso del Partido Patriota, apoyado por la oligarquía neoliberal. La segunda parte se cumplió con Alejandro Maldonado y fue ratificada en un tercer episodio, el actual, encabezado por Jimmy Morales y su cohorte mafiosa-militar.
¿Estamos a punto de cederle el paso a un cuarto capítulo regresivo, ahora integrado por lo peorcito del PP y Líder, más FCN y Unionistas? ¿Se los permitimos? No, si se actúa con seriedad y auténtica visión de país. Si se asume que las protestas populares no pasan por su mejor momento y que, aparte del pataleo, no plantean propuestas reales. Si nos convencemos que se les agotó el tiempo a las reformas a la LEPP, aún cuando se aprobaran en 2018. (Recordemos que por tratarse de una norma de rango constitucional, requiere de la aprobación previa de la CC, acción que puede llevar unos cinco o seis meses más).
Es hora de pensar con los pies sobre la tierra, disculpe mi pragmatismo. La hora de construir una propuesta, no de todas las izquierdas -porque no obtendría ni 10 % de votos-, sino una mucho más amplia y democrática, que abarque a estas, al centro y ¿por qué no? algunas expresiones de derecha moderada, que serán los sectores más afectados por la ola que se viene con el Eje del Mal. ¡Ah, y que la discusión de las candidaturas no sea el eje central del proyecto!
Dicha propuesta debe incluir un amplio abanico, que incluya a partidos como la UNE, Encuentro por Guatemala, ciertas expresiones nuevas y la representación de la izquierda inteligente, incluso la aglutinada en ciertas organizaciones proactivas de la sociedad civil. ¿Que la UNE fue parte del Pacto de Corruptos? Sin duda fue un error garrafal, pero también se ha separado del resto de partidos impulsores de tan nefasta idea, al rechazar un presupuesto 2018 desfinanciado, votar en contra de la directiva del Congreso e impulsar la Ley de Alimentación Escolar. Además, mantiene una base fundamentalmente popular, que por ningún motivo resulta despreciable en la correlación de fuerzas.
Lo peligroso de la situación política y social nos exige dejar de lado exquisiteces extremistas. Una plataforma como la sugerida no solo derrotaría al proyecto neoliberal sino debería ser la base para conciliar una agenda de nación e impulsar un proyecto de redefinición del Estado (no de una abstracta «refundación») en el mediano y largo plazo.
Este sería el medio de conquistar una amplia representación popular en el Congreso, impulsar esas reformas que no terminan de cocinarse y, a la vez, promover políticas de desarrollo humano y económico (especialmente agrícola y de pequeña y mediana empresa) para lo cual es fundamental una correlación entre instituciones y representaciones políticas de base. Sin un gobierno de base popular, este correrá el riesgo -como se ha visto en otras latitudes- de ser desgastado por los sectores hegemónicos.
Parece un sueño irrealizable, lo sé, pero al igual que Eduardo Galeano, reivindico el derecho de soñar. Supongo que muchos prefieren no «contaminarse» con esquemas tradicionales y conformarse con pequeñas migajas del poder, conducta muy conveniente para los grupos oscuros. ¡Buena suerte! Yo le apuesto a las transformaciones paulatinas, pero seguras. Lo invito a reflexionar.

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