También publicado en gAZeta http://gazeta.gt/el-frustrado-golpe-de-alvaro-colom/
Por: Edgar Rosales
Al
iniciar esta etapa desde la revista gAZeta, en esta primera
entrega deseo relatar una pequeña historia. Es inédita y la viví
cuando cumplía funciones técnicas en el período gubernamental de
2008 – 2012, siendo testigos las personas que cito adelante. Era
una tarde del año 2010 (perdón si no detallo la fecha, pero no la
anoté) cuando el presidente Álvaro Colom externó su intención de
propiciar, ¡imagine usted! un golpe de Estado.
En
esa ocasión fuimos citados a la sala de sesiones del Gabinete para
conocer la encuesta de opinión que periódicamente le presentaba la
firma Cid -Gallup a Colom, su equipo comunicacional y staff político.
Estaban Fernando Fuentes Mohr, asesor presidencial y tío de Juan
Alberto Fuentes, ministro de Finanzas y Arnoldo Noriega, asesor
presidencial. Además, Luis Haug y Fernanda Rodríguez,
representantes de la encuestadora, y quien esto suscribe. Había dos
o tres personas más pero se me escapan sus nombres.
La
medición se refería a temas habituales en estos casos: popularidad
del Gobierno (que contrario a cierta desinformación, se mantuvo
estable -entre 58% y 42% durante los cuatro años de administración-.
Además, registros de percepciones, opiniones negativas y positivas o
expectativas de los entrevistados. Un hecho general era que la acción
más conocida del régimen eran los programas sociales que dirigía
la Primera Dama, Sandra Torres.
Después
de la presentación, el Presidente tomó su libreta de apuntes y en
silencio hizo anotaciones. Luego, como era su costumbre, pronunció
algún preámbulo en relación con los datos que Cid-Gallup le había
presentado. De pronto, su expresión cambió hacia una forma más
solemne; quizá misteriosa. Finalmente dijo lo que nadie esperaba:
“Muchá, yo quería exponer aquí una idea que me ha estado
bailando en la cabeza y que yo creo que no se puede postergar más.
Por supuesto, ya hice consultas a algunos abogados y creemos que lo
que pienso es válido. Agárrense porque mi decisión es cerrar el
Congreso de la República, ya que con estos zánganos es imposible
trabajar”.
De
inmediato asumí que ese “imposible trabajar” se refería a las
frustradas intenciones de impulsar una reforma fiscal, que fue
severamente bombardeada por la oligarquía hasta hacerla fracasar.
Sin embargo, tampoco se podía descartar los continuos chantajes de
diputados de diversas bancadas (incluida la oficial) que pretendían
prebendas injustificables. O, incluso, el bombardeo continuo e
inmisericorde sobre los programas sociales; misión que era
desarrollada por la entonces diputada Roxana Baldetti y la tabién
congresista Nineth Montenegro, quien actuaba obedeciendo
instrucciones de su mecenas: Dionisio Gutiérrez (con la plena
complacencia de los medios de comunicación hacia lo que ambas
divulgaban, aunque no les asistiera la razón).
“He
pensado que el momento apropiado para hacerlo no puede demorar mucho.
El tiempo está corriendo y la gente quiere respuestas, pero ya no se
puede. También he analizado los riesgos, y estoy decidido a que si
los pistudos se vuelven contra mí, renuncio y me voy a la montaña”,
prosiguió el mandatario.
Es
imposible relatar la impresión que aquellas palabras causaron sobre
los presentes. Durante varios minutos reinó, como reza la trillada
frase, un silencio sepulcral. No obstante, una vez repuestos de la
impresión, las expresiones de rechazorotundo a tan descabellada idea
no se hicieron esperar. Fuentes Mohr era uno de los más indignados y
tengo muy grabadas sus palabras: “!Vos Álvaro, si que la jodés.
Lo que querés hacer es la misma babosada que hizo Serrano! ¡Estás
loco! Ni aquello ni esto que pensás tiene justificación! “Mejor
hablemos cuando estés tranquilo. Acto seguido se levantó y abandonó
la reunión muy airado.
Haug,
Noriega y yo reforzamos aún más esas palabras. “Esto no va con la
vocación democrática de su gobierno, señor Presidente, expresaba
Haug. “Esto es, precisamente, lo que esperan la oligarquía y la
prensa. Les vas a dar la excusa perfecta para botarte, aseveró
Noriega”. “Presidente, no creo que tus palabras sean sensatas.
Con esto lo único que vas a lograr es que se termine la esperanza
que le hemos llevado a los beneficiarios de los programas sociales y
estarás insultando de manera grotesca, el impecable nombre de tu tío
Manuel y el sacrificio de tantos más que hemos hecho cualquier
esfuerzo para construir la democracia”, fue una parte de mi
argumentación.
Estoy
seguro que algunos llegamos a pensar que el presidente se habría
tomado algunas copas de más. Pero no. Intencionalmente me acerqué a
hablarle, pero no percibí indicios de ingesta alcohólica. Era,
concluí, una idea nacida de las profundas presiones a las que se
puede ver sometido un mandatario. O, probablemente, la desesperación
de verse encerrado y aislado, incluso por algunos de su círculo más
cercano. Creo.
La
reunión terminó de manera abrupta y sin conclusiones, pero con la
esperanza de que Álvaro Colom desistiera de tan alucinante idea. En
los días siguientes estuvimos a la expectativa de las acciones
presidenciales. Suponemos que fue convencido de que desistiera. Afortunadamente el tema no trascendió y como testigo
de semejante desatino, aún me estremezco al imaginar el caos para el
país, si Colom le da rienda suelta a tan perversa intención y sobre
todo, en condiciones que le eran terriblemente adversas al gobierno.
No
cabe duda que hasta los ideales democráticos se pervierten a la
sombra del poder. Y sobre todo, no cabe duda que hasta la “mano
aguada” algunas veces puede manejar su dosis de autoritarismo
reprimido.
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