SE VALE PEDIR. La población agrupada en "La Plaza" empezó a exigir cambios de todo tipo. Ahora, en 2017 parece haber perdido mucha fuerza, sin duda por las experiencias sufridas por sus propuestas en los últimos dos años. (Foto tomada del sitio web de Estrategia y Negocios).
Por:
Edgar Rosales
Es
agosto de 2015 y la gente abarrota la Plaza de la Constitución. Y
aunque era una imagen muy frecuente en la década de los 70, para las
nuevas generaciones de guatemaltecos ahí concentrados, esto es algo
radicalmente nuevo. La estridencia de las vuvuzelas acompaña el
archiconocido estribillo (nunca cumplido) que desde 1973 proclama: El Pueblo Unido
Jamás Será Vencido y entre las pancartas multicolores, hay una que
destaca: vamos a construir un nuevo sistema político.
Con
aquella protesta masiva también llegaba a su fin el tan efímero como
nefasto gobierno del Partido Patriota y que en solo dos años se erigió como uno
de los insultos más terribles en la historia política de
Guatemala. Sólo faltaba el acto final: la renuncia y enjuiciamiento de sus “líderes máximos”, el presidente Otto Pérez Molina y la
vicepresidenta Roxana Baldetti, acción que se logró, -de ninguna
manera gracias a las manifestaciones populares como algunos ilusos a
la fecha creen- sino al concurso del Ministerio Público, la CICIG y
¡por supuesto! La embajada de Estados Unidos.
Sin
embargo, las ganas y la costumbre de exigir cambios permanecieron en
la psiquis de los guatemaltecos, más o menos en el tono de la
pancarta antes referida: “Si fuimos capaces de derrumbar al
Presidente, somos capaces de cambiar a la sociedad. Capaces de refundar un
nuevo Estado. De armar una revolución. De exigir una nueva Ley Electoral
y de Partidos Políticos que borre del mapa a los actuales y le abra
paso a una nueva clase política”.
Primer
error. Ninguna sociedad se ha transformado a partir de mecanismos
legales. Estos, antes bien, sirven para apuntalar y consolidar tanto
las virtudes como los vicios de aquella. La transformación social
(que no es necesariamente el paso del capitalismo al marxismo como
sostiene la teoría clásica) es resultado de una serie de procesos
mucho más dinámicos; de la interacción de sectores en torno a
propósitos comunes y claramente definidos.
De
ahí que, en línea con esa tónica de proponer (lo que sea, pero la
cosa es proponer) nos encontramos en columnas y análisis con
sugerencias que a estas alturas ya no se conoce su origen ni sus
verdaderos propósitos. Como un pequeño ejemplo, no fue “la Plaza”
la que planteó la creación de pequeños distritos electorales. De
quien conocí esta propuesta fue de Acisclo Valladares, uno de los
abogados representantes del conservatismo rancio del país. Ahora
hasta en los comunicados de los sectores populares aparece como
condición sine qua non, que “para crear un nuevo sistema
político, es importante cambiar el método de elección”.
Sin
embargo, me parece extraño que casi nadie haya llegado al meollo de
esta propuesta: para llevarla a cabo, es indispensable que
previamente se modifique el artículo 157 de la Constitución
Política de la República, el cual establece que : “La potestad
legislativa corresponde al Congreso de la República, compuesto por
diputados electos directamente por el pueblo en sufragio
universal y secreto, por el sistema de distritos electorales y
lista nacional, para un periodo de cuatro años, pudiendo ser
reelectos”. Y en su siguiente párrafo define: “Cada uno de
los departamentos de la república, constituye un distrito
electoral. El municipio de Guatemala forma el distrito central, y
los otros municipios del departamento de Guatemala constituyen el
distrito de Guatemala.
Por
tanto, mientras el texto constitucional esté vigente y mientras no
se emprenda un proceso de reformas de la Carta Magna, que incluya la
modificación del artículo antes mencionado, el modelo de elección
de diputados seguirá siendo el mismo que rige desde 1985. Y por si
fuera poco, no veo que alguien esté impulsando dichos cambios.
Recordemos que, si mucho, se han planteado reformas en el sector
Justicia y quién sabe si vayan a prosperar.
Entiendo
la necesidad de impulsar cambios como el anterior. Pero también
tengo claro que estos no pueden emprenderse al margen del texto
constitucional, porque devendrían nulas ipso jure. De ahí,
entonces, que sea muy poco probable que Ley Electoral y de Partidos
Políticos sea la panacea que muchos proponen. Y por ende, la única
forma en que se han alcanzado impulsar reformas profundas y hasta
cierto punto radicales, ha sido cuando se redacta una nueva
Constitución como producto de un golpe de Estado.
Pensemos,
entonces, con los pies sobre la tierra. Una cosa son las legítimas aspiraciones de La Plaza y otra, que esta legitimidad y ese deseo
sean suficientes para su aplicación práctica, sin trastocar el
aparato jurídico. Nos guste o no, el camino es un proceso de
transición, con el acompañamiento ineludible de la auditoría
social y los mecanismos de transparencia que han impulsado CICIG, MP
y CGCN.
Y
es que, usted no me dejará mentir: una nueva generación de
políticos no va a ser mejor ni peor que la actual. Será, como en
toda actividad humana, una expresión concentrada de la sociedad
guatemalteca; una representación de todas sus virtudes y defectos.
Pero, sobre todo y entre
muchas otras limitaciones, tampoco se ve una alentadora nueva clase
política en perspectiva. Todo lo contrario, los más conspicuos dirigentes jóvenes, son los del cuesionable Movimiento Cívico Nacional -MCN-, (antes los Camisas Blancas del Partido Patriota y en 2015 banderizos de Alejandro Sinibaldi) que no reparaban en mientes para tildar de corrupto a cualquier personaje político que no comulgara con sus ideas retrógradas.
PÉSIMO MENSAJE. Los vínculos denunciados entre los Camisas Blancas del MCN y Alejandro Sinibaldi resultaron una pesada broma para quienes veían en ellos el germen de una nueva clase política joven.
Otras opciones de liderazgo juvenil, excuso decirlo, aún tienen que pagar un largo derecho de piso para ser viables. La experiencia de haber llevado a ciegas a un cómico a la Presidencia es un chiste de mal gusto, del cual nos costará mucho recuperarnos y serán los jóvenes quienes lleven el peso de las malas decisiones de otros.
Pero ni modo. Así son las cosas en política; mejor dicho, así han sido y sin duda seguirán siendo, aunque al solo pensarlo se nos estruje el corazón.
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