Por: Edgar Rosales
Al
momento de publicarse esta columna es posible que Jimmy Morales aún
sea presidente de la República. Las condiciones, empero, no son
aquellas que lo rodeaban cuando ganó la presidencia; acto que selló el plan finamente elaborado entre La Embajada y las
élites oligárquicas. Y en lugar del entusiasmo del pasado 14 de
enero de 2016, sus circunstancias actuales se parecen más a los
últimos días de Pérez Molina.
Su
paso por la presidencia cabe en una breve radiografía: rodearse de chafarotes
de la peor estirpe, incapacidad de entender que,
aún sin credenciales políticas, fue elegido para una misión
profunda y delicada: restaurar (no refundar) un Estado hecho pedazos.
Lejos de ello formó un gabinete anodino, sin ideas para ejecutar la
mínima inversión estratégica y, lo que nunca le perdonarán sus
electores,
tirar la bandera anticorrupción con la que engañó en 2015 y su
torpe enfrentamiento con el comisionado Iván Velásquez.
Esto
último desencadenó la peor de sus crisis. El joven no fue capaz de
asimilar las consecuencias de declarar no grato al comisionado Velásquez y,
según mis fuentes, antes de viajar a la Asamblea General de la ONU
activó el artículo 12 del acuerdo de creación de Cicig,
relativo a controversias. Para más inri, en su discurso pronunciado el martes 19 desveló la intención de
promover la revisión del convenio “... para su correcta
aplicación, para garantizar el debido proceso, la presunción de
inocencia y para evitar la persecución selectiva, la politización
de la justicia y la judicialización de la política". Es decir,
con total descaro se asumió vocero de la extrema derecha y las
mafias locales. Morales anhela una Cicig light,
sin garras, sin dientes ni arrestos, y sometida dócilmente ante
tales poderes.
Sin
embargo, esto pone entre la espada y la pared al organismo mundial,
porque al ser un ente integrado por Estados no puede desatender el
pedido del jefe de uno de estos. Cicig no es un organismo de ONU
(como PNUD o Acnudh) y Velásquez "solo”
es un empleado de la entidad mundial. De manera que, querramos o no
–y por más que se deteste a tipos de la calaña de Méndez Ruiz–
habrá que seguir la lucha contra la impunidad aun sin Velásquez.
Lo
que no parece haber calculado el mandatario (para variar) son las
reacciones populares desatadas en gran medida por culpa suya. Si bien
la torpe acción de la mayoría de congresistas al procurarse
impunidad por medio de un decreto repugnante fue la válvula de escape, sus verdaderas causas subyacen
en situaciones que trascienden el palacio legislativo. Es el
estancamiento económico lo que motiva a la clase media urbana a
ejercer activismo desde las redes sociales y unirse a los que
volvieron a la Plaza. También es resultado de la
insatisfacción y pobreza de las poblaciones rural y urbana. Son las
carreteras en pésimo estado,
es la falta de acceso a medicinas en los hospitales y el panorama
educativo en franco retroceso. Para colmo, sin programas sociales que alienten
esperanzas de desarrollo humano para los necesitados.
LAS CAUSAS PROFUNDAS. La marcha del 20 de Septiembre no es motivada sólo por el odio a los diputados. Para miles de personas, fue un desfogue ante la pesadilla que viven día a día a causa del abandono en que los tiene el Estado.
Como
decía al inicio, es posible que a estas alturas Jimmy Morales aún
sea el presidente de Guatemala, pero quizá sean sus últimos días
como tal. Hasta La Embajada le ha
zafado la alfombra. La renuncia de los ministros de Trabajo,
Gobernación y Finanzas Públicas es un mensaje con ese signo y no
sería extraña la salida del intendente de la SAT.
PELIGROSO MANIPULADOR. La sombra del empresario Dionisio Gutiérrez vuelve a aparecer detrás de la crisis, para lo cual ha empezado a menear piezas afines.
A
final, la caída de Morales desactiva un poco la crisis pero no
resuelve mayor cosa, porque las perspectivas no son claras. El país
no puede darse el lujo de otro gobierno de transición conservadora
al estilo de Maldonado Aguirre, y
por ello es que Dionisio Gutiérrez (descarado financista del
comediante en la contienda del 2015) propone resucitar instrumentos
obsoletos como la Instancia Nacional de Consenso o el Foro Guatemala,
con la aquiescencia de las Nineth, los Quique
Godoy, los de León Duque o las Aceña, quienes respaldan ese juego
y, pese a ser parte del desmadre, esperan que los zahumerios les
sirvan para presentarse ante la ciudadanía como los Jimmys 2017.
Ojalá y las protestas de septiembre, tal como ocurrió hace dos años, no
sean finalmente solo un esfuerzo popular que resulte beneficiando a figuras de semejante
calado.