lunes, 11 de septiembre de 2017

EL FRUSTRADO GOLPE DE ÁLVARO COLOM



Por: Edgar Rosales

Al iniciar esta etapa desde la revista gAZeta, en esta primera entrega deseo relatar una pequeña historia. Es inédita y la viví cuando cumplía funciones técnicas en el período gubernamental de 2008 – 2012, siendo testigos las personas que cito adelante. Era una tarde del año 2010 (perdón si no detallo la fecha, pero no la anoté) cuando el presidente Álvaro Colom externó su intención de propiciar, ¡imagine usted! un golpe de Estado.

En esa ocasión fuimos citados a la sala de sesiones del Gabinete para conocer la encuesta de opinión que periódicamente le presentaba la firma Cid -Gallup a Colom, su equipo comunicacional y staff político. Estaban Fernando Fuentes Mohr, asesor presidencial y tío de Juan Alberto Fuentes, ministro de Finanzas y Arnoldo Noriega, asesor presidencial. Además, Luis Haug y Fernanda Rodríguez, representantes de la encuestadora, y quien esto suscribe. Había dos o tres personas más pero se me escapan sus nombres.

La medición se refería a temas habituales en estos casos: popularidad del Gobierno (que contrario a cierta desinformación, se mantuvo estable -entre 58% y 42% durante los cuatro años de administración-. Además, registros de percepciones, opiniones negativas y positivas o expectativas de los entrevistados. Un hecho general era que la acción más conocida del régimen eran los programas sociales que dirigía la Primera Dama, Sandra Torres.

Después de la presentación, el Presidente tomó su libreta de apuntes y en silencio hizo anotaciones. Luego, como era su costumbre, pronunció algún preámbulo en relación con los datos que Cid-Gallup le había presentado. De pronto, su expresión cambió hacia una forma más solemne; quizá misteriosa. Finalmente dijo lo que nadie esperaba: “Muchá, yo quería exponer aquí una idea que me ha estado bailando en la cabeza y que yo creo que no se puede postergar más. Por supuesto, ya hice consultas a algunos abogados y creemos que lo que pienso es válido. Agárrense porque mi decisión es cerrar el Congreso de la República, ya que con estos zánganos es imposible trabajar”.

De inmediato asumí que ese “imposible trabajar” se refería a las frustradas intenciones de impulsar una reforma fiscal, que fue severamente bombardeada por la oligarquía hasta hacerla fracasar. Sin embargo, tampoco se podía descartar los continuos chantajes de diputados de diversas bancadas (incluida la oficial) que pretendían prebendas injustificables. O, incluso, el bombardeo continuo e inmisericorde sobre los programas sociales; misión que era desarrollada por la entonces diputada Roxana Baldetti y la tabién congresista Nineth Montenegro, quien actuaba obedeciendo instrucciones de su mecenas: Dionisio Gutiérrez (con la plena complacencia de los medios de comunicación hacia lo que ambas divulgaban, aunque no les asistiera la razón).

He pensado que el momento apropiado para hacerlo no puede demorar mucho. El tiempo está corriendo y la gente quiere respuestas, pero ya no se puede. También he analizado los riesgos, y estoy decidido a que si los pistudos se vuelven contra mí, renuncio y me voy a la montaña”, prosiguió el mandatario.

Es imposible relatar la impresión que aquellas palabras causaron sobre los presentes. Durante varios minutos reinó, como reza la trillada frase, un silencio sepulcral. No obstante, una vez repuestos de la impresión, las expresiones de rechazorotundo a tan descabellada idea no se hicieron esperar. Fuentes Mohr era uno de los más indignados y tengo muy grabadas sus palabras: “!Vos Álvaro, si que la jodés. Lo que querés hacer es la misma babosada que hizo Serrano! ¡Estás loco! Ni aquello ni esto que pensás tiene justificación! “Mejor hablemos cuando estés tranquilo. Acto seguido se levantó y abandonó la reunión muy airado.

Haug, Noriega y yo reforzamos aún más esas palabras. “Esto no va con la vocación democrática de su gobierno, señor Presidente, expresaba Haug. “Esto es, precisamente, lo que esperan la oligarquía y la prensa. Les vas a dar la excusa perfecta para botarte, aseveró Noriega”. “Presidente, no creo que tus palabras sean sensatas. Con esto lo único que vas a lograr es que se termine la esperanza que le hemos llevado a los beneficiarios de los programas sociales y estarás insultando de manera grotesca, el impecable nombre de tu tío Manuel y el sacrificio de tantos más que hemos hecho cualquier esfuerzo para construir la democracia”, fue una parte de mi argumentación.

Estoy seguro que algunos llegamos a pensar que el presidente se habría tomado algunas copas de más. Pero no. Intencionalmente me acerqué a hablarle, pero no percibí indicios de ingesta alcohólica. Era, concluí, una idea nacida de las profundas presiones a las que se puede ver sometido un mandatario. O, probablemente, la desesperación de verse encerrado y aislado, incluso por algunos de su círculo más cercano. Creo.

La reunión terminó de manera abrupta y sin conclusiones, pero con la esperanza de que Álvaro Colom desistiera de tan alucinante idea. En los días siguientes estuvimos a la expectativa de las acciones presidenciales. Suponemos que fue convencido de que desistiera. Afortunadamente el tema no trascendió y como testigo de semejante desatino, aún me estremezco al imaginar el caos para el país, si Colom le da rienda suelta a tan perversa intención y sobre todo, en condiciones que le eran terriblemente adversas al gobierno.


No cabe duda que hasta los ideales democráticos se pervierten a la sombra del poder. Y sobre todo, no cabe duda que hasta la “mano aguada” algunas veces puede manejar su dosis de autoritarismo reprimido.

No hay comentarios:

Publicar un comentario