sábado, 15 de julio de 2017

Sólo quería ser como Marvin Gaye



Todo lo que deseaba en la vida era ser y, sobre todo, cantar como Marvin Gaye, cuya voz le parecía fuera de este mundo. Por lo mismo, la muerte a balazos de su ídolo era algo que le mordía el alma desde que ocurriera, porque jamás imaginó que un ser de voz celeste pudiese caer asesinado a balazos. Lo había admirado desde que escuchó sus primeros éxitos; esos que lo consagraron como el Rey del Soul y esperaba que llegaría más lejos aún. Por eso maldecía el trágico final de aquel jilguero negro: “Sólo un hijo del demonio puede matar así a un ser humano de alma tan fascinante”, mascullaba en sus soliloquios.

Un día decidió hacer lo necesario para cumplir ese deseo tan suyo de ser como su ídolo. Tenía muy buena voz, le decían todos. Pero, claro, no se podía esperar que algún día alcanzara un Número 1 en el Hit Parade de Estados Unidos o del Reino Unido por varias razones. Una, que su piel no era oscura, Y dos, que no había nacido en ninguno de esos países sino en Guatemala, país donde ni siquiera existe una pequeña industria musical. Grabó un par de discos, de los cuales solo uno, el primero, alcanzó a ser difundido por unos dos meses en las radios del país.

Junto a ese triunfo superficial llegó también, como suele acontecer, cierta fama mal administrada. Chicas, alcohol y noches de desenfreno total pasaron a ser la esencia de la vida para Isaac, que así era su verdadero nombre, aunque todos lo conocían por el artístico y agringado Jay V. Y con esos 15 minutos tan importantes como fugaces en su vida, no tardó en llegar la depresión. 

Y es que de pronto ya no era tan solicitada su presencia en fiestas y el interés por la música fue cayendo en el olvido. Olvidaba mencionar que dos golpes severos había sufrido en este transcurrir: la muerte prematura de su compañera, quien padecía un problema cardíaco congénito y, luego, la pérdida de su casa, que había hipotecado para financiar sus éxitos fracasados.




Así que no se trataba únicamente de depresión. También se agregaba el nefasto ingrediente de la soledad... y un inesperado invitado: polvo blanco de cualquier calidad y en cualquier cantidad. Era su compañía predilecta en las largas horas de reclusión en el cuarto que ocupaba en la casa de su padre  (a donde había tenido que mudarse) y donde consumía droga y películas pornográficas por tiempo indefinido.

Ese día amaneció inexplicablemente contento. Era 1 de abril y al día siguiente sería su cumpleaños; justo en la misma fecha de Marvin, sólo que 15 años después. “¡35 años!”. “¡Qué cerca estoy de la vejez”!, pensaría al verse en el espejo. Era domingo y sus amigos llegarían a celebrarlo por la tarde. De pronto se acordó de algo que le habían obsequiado la noche anterior: un buen lote de grillos para la celebración que tendrían ahí, en la casa de don Abraham, su padre, nombre muy acorde a su condición de pastor cristiano mega fanático.

Todavía con modorra salió de la cama y buscó entre sus discos el Masterpiece de The Temptations, una vieja grabación de 1973 que se había consagrado como uno de sus favoritos (igual que Marvin). Sonaron las primeras notas de Hey Girl e Issac a canturrearla: 

Hey girl, tell me what's your name? /
I, I like your style/
Can I stick around and wrap to you a little while? /
And hey, girl, don't turn away (don't turn away)/
Please listen to what I have to say...

De pronto el extásis se rompió. Como cada mañana desde que regresó a la casa, el pastor llegaba hasta su puerta. No era una visita grata en absoluto para Isaac. En lugar de un saludo paternal, despiadados golpes atacaban la puerta. A ello seguía la inevitable perorata de inspiración bíblica: 

“¡Por el Dios Vivo que no voy a tolerar un día más de ofensas a su Gloria! ¡Levántate y anda a hacer algo digno de ti. Ya basta de esa vida de perdición que sólo maldiciones y abominación traen a tu vida! ¡No quiero que ensucies más esta casa con tus herejías! 

(La puerta de nuevo fue golpeada de manera terrible).



Y la respuesta de Isaac no fue menos grave: "Vete de una maldita vez al demonio, viejo decrépito y obsoleto. Estoy en tu casa pero esto no autoriza a dirigir mi vida. No soy uno de los incautos que sueles atrapar con tus asquerosos sermones. Déjame en paz por tu propia salud”.

Lo que siguió fue una tempestad ininteligible de imprecaciones, maldiciones e insultos de todo color de id y vuelta. Hasta que, en un momento, la puerta de la habitación fue derribada de un golpe rotundo...

El pastor Abraham entró abruptamente. En ese momento lo que menos parecía era un religioso. Era una verdadera encarnación espectral. Los ojos enrojecidos; la mirada perdida, el pelo desgreñado y la quijada temblorosa. Sin duda en ese momento hubiese sido el modelo ideal para el cuadro del demonio espantoso del Sueño de Hécuba, de Giulio Romano. Pero ocurría algo más aterrador aún: el viejo portaba en la mano derecha una Sig Sauer calibre 38 que había encontrado en un terreno baldío años atrás, probablemente abandonada por alguien que pretendía deshacerse de indicios de algún crimen.

Sin pensarlo mas, como poseído por una legión demoníaca, mascullaba versículos bíblicos de salvación del alma y condenación del Maligno, al tiempo que descerrajaba la escuadra en la cara de su hijo, cayendo fulminado en el acto. Más o menos como Marvin Gaye.

El pastor también cayó desplomado junto al cadáver ensangrentado y desfigurado de Isaac, sobre el cual se lanzó a llorar amargamente.

¡Oh, Padre ¿Qué he hecho? ¿Por qué has permitido que el diablo me llevara a cometer esta locura? ¿Por qué tu poder no se ha manifestado para impedirlo? Acto seguido pareció recapacitar y reponerse un poco. 

Con su rostro transformado en cuestión de segundos, alzó una dulce mirada hacia el cielo falso y alcanzó a clamar con voz muy débil. “¡No, no ha sido el demonio! ¡Ha sido tu Santa voluntad, porque al fin y al cabo siempre he hecho lo que tú me has inspirado!

El pastor guardó silencio, con la mirada perdida se repetía que no era su culpa; que tan solo lo había inspirado aquel pasaje maravilloso del Patriarca Abraham y su hijo Isaac.


Lo que no entendía era, por qué el Señor esta vez no envió un ángel a detener su mano. 


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