jueves, 6 de julio de 2017

"Esos malditos mareros..."


Madres de jóvenes internados en Las Gaviotas, durante el amotinamiento del lunes 3 de julio (Foto de El Periódico).

¡Qué viejas tan ridículas, vergüenza les debería dar tratar a esos mareros como “nenes”! “¡A todos esos malditos hay que matarlos!” “¡Urge la pena de muerte!” “¡Qué niños van a ser esos desgraciados, si roban, extorsionan y matan hay que aplicarles leyes más severas”! “¡Toda la culpa es de los Derechos Humanos. Como no es a ellos”! Las anteriores son una muestra, muy ínfima, del rechazo expresado en las redes sociales y otros medios, luego de producirse el amotinamiento del lunes 3 de julio de 2017 en el centro correccional Las Gaviotas, otro de los espacios de atención a menores en conflicto con la ley, como les llaman los técnicos.

Pues, la verdad... ¡Una madre es una madre, y nunca dejará de serlo! Y no es cierto que el problema se resuelva aplicando la pena de muerte (Óscar Berger y sus matones lo intentaron "limpiando socialmente" a unos 2 mil jóvenes y ya ven: estamos peor). Tampoco se arregla endureciendo los castigos y, además, antes habría que reformar el artículo 20 de la Constitución de la República donde dice que: “Los menores de edad que transgredan la ley son inimputables”. Y por lo visto, actualmente no hay voluntad en el Congreso de la República para modificar artículo alguno de la Carta Magna.

Toda esa rabia manifestada por esa gente “honesta, trabajadora, buena y bla, bla, bla” se explica porque, obviamente, no alcanzan a comprender el problema de la delincuencia juvenil, sea protagonizada por menores de edad o no.

Empecemos por aclarar que no es un problema que se arregla con leyes. Esa es una creencia muy extendida en Guatemala: cada situación difícil que surge, pretendemos resolverla con una ley. Si así fuera, ya no habría robo de celulares y, gracias a la Ley Contra el Feminismo, este fenómeno habría desaparecido de nuestro mapa sangriento. Pero vemos que no es así. Incluso, en El Salvador se intentó atajar el drama con leyes de Mano Dura y Supermanodura, pero nada. ¡Ahora está peor!


Agentes policiales disparan gases lacrimógenos contra los internos amotinados en Las Gaviotas (Foto Prensa Libre).

Por supuesto que son grotescas esas imágenes de tipos pintarrajeados, de torva mirada, gestos intimidantes y sentimientos malignos. ¡A cualquiera asusta el Barrio! Pero usted también debería saber que, hace apenas unos años, esos seres diabólicos eran tiernos angelitos, de sonrisa y mirada dulce e inocente. Sí, así como ese niño que usted saluda al llegar a casa. Y es que ningún bebé, absolutamente ninguno, viene al mundo cargado de maldad ¡Ninguno! Por ello, es incorrecto y hasta cínico, afirmar que volverse delincuentes fue su decisión. Fue, más bien, su opción. La opción.

Su transformación surge al nada más crecer un poco y darse cuenta que su vida colisiona rotundamente con la realidad. Esa realidad que es idéntica a la que vivió su abuelo. Y la que sufrió su padre, el que un día se fue del hogar para nunca volver. Y mientras otros van a estudiar, él asiste a la universidad de la calle porque no alcanza para la matrícula. Y si se enferma, lo más seguro es que no haya para el doctor y tenga que curarse con lo que su madre (esa que como cae mal que le diga “nene”) pueda conseguir. Y como otros niños que ha visto en la tele del vecino, quiere un Big Mac pero no hay para frijoles. Tampoco tiene derecho a bañarse porque no hay agua. Ni puede viajar en camioneta porque no alcanza para el pasaje.

No es como sus hijos, estimado lector. Que tienen todo eso, y más, afortunadamente. “Ah, pero yo porque me preparé y gano bien!. Correcto. Es la respuesta acertada: usted tuvo eso que se llama oportunidades porque tuvo padres que también las tuvieron, y tuvo acceso a todo eso que en términos técnicos se conoce como desarrollo humano. Sin embargo, usted no es un ser aislado. Usted es parte de la sociedad, es decir, nosotros, como también lo es ese marerito en potencia, sólo que a él le dio un trato diferenciado.
















Delincuencia juvenil, un producto de la sociedad guatemalteca.

¿Y el gobierno? No es para nada lo que erróneamente asegura Prensa Libre en su editorial del pasado martes, 4 de julio de 2017, en referencia al caso de Las Gaviotas: “Este nuevo hecho pone sobre el tapete la necesidad de no abordar la problemática carcelaria desde la simple óptica de la reinserción, pues resulta obvio que ese no es el único factor...”.  http://www.prensalibre.com/opinion/opinion/muerte-y-caos-en-correccionales

Difícil saber a cuál “óptica de la reinserción” se refiere el matutino. Al contrario, los programas de prevención son los menos utilizados por el Estado guatemalteco. Y cuando se ha intentado, como en el caso del programa Escuelas Abiertas que brindaba oportunidades a 230 mil jóvenes en todo el país, medios como Prensa Libre han estado en primera línea para denostarlos, desprestigiarlos y, finalmente, procurar su cierre, como efectivamente ocurrió con esta iniciativa.

Es que, como muy bien dice el maestro Joan Manuel Serrat: "Vivimos en una sociedad hipócrita que esconde la basura bajo la alfombra".

Tal vez entonces ahora le quede claro por qué el problema de la delincuencia no se ataja con una o varias leyes. No con castigos más severos. Porque el hecho es que, una vez aprobada la nueva normativa y puesta en vigencia, usted no tardará en notar que todo sigue igual al nada más pisar la calle. Y es que los problemas de la pobreza, de la falta de educación, de salud, de empleo, de acceso a servicios seguirán ahí como si nada. Y, antes bien, surgirán como la amenaza permanente de reproducirse en las nuevas generaciones de bebés que ahora están naciendo en nuestras “villas miseria”. 


Por eso, la próxima vez que ocurra un motín en un correccional de menores no se desahogue con ellos. Censure mejor, a ese producto egoísta que la sociedad, es decir, nosotros, hemos creado a fuerza de indiferencia, de hipocresía, de no hacer nada. Retrato de un sistema salvaje que prometía "derramar" los beneficios a toda la sociedad. De ese empresario inmoral que incrementa ganancias al ritmo de la evasión. De ese político corrupto y deshonesto, incapaz de entender que el poder no es un pastel para comérselo hasta el hartazgo.


Quizá entonces entienda por qué tenemos tanta delincuencia y por qué es imposible derrotarla con denuestos, rabietas, miserias morales a flote, maldiciones a granel... o con leyes que despiertan falsas expectativas. 
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Una invitación a reflexionar acerca de este tema, con este vídeo de Serrat

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