lunes, 30 de octubre de 2017

TRIUNFO DE LA VIDA



Por :Edgar Rosales


Por primera vez en la vida, la llegada del amanecer se perfilaba angustiante, y no podía ser de otra manera, en parte por haber vivido una noche cargada de enorme tensión y porque al llegar las seis de la mañana estaríamos frente a una de las experiencia más terribles que un periodista pueda vivir: presenciar, a solo unos cuantos metros de distancia, el fusilamiento de dos seres humanos. Temibles delincuentes encontrados culpables, pero seres humanos al fin.

Era el 13 de septiembre de 1996 y se daría cumplimiento a la sentencia máxima, luego de un larguísimo proceso judicial, que incluyó la denegatoria del indulto solicitado a Álvaro Arzú, presidente de turno, un torrente de recursos de amparo y hasta aquel precipitado titular Fueron fusilados, publicado tres días atrás por el desaparecido diario La República, anunciando que se había consumado la ejecución, aunque en realidad esta se había interrumpido por un recurso de último minuto.

Asqueado por lo que resultó aquel deprimente escenario, confieso que la mente, afortunadamente, ha borrado muchos detalles. Lo que sí recuerdo es que todo transcurrió muy rápido, que la descarga sobre Pedro Castillo Mendoza y Roberto Girón -acusados de la violación y asesinato de la niña Sonia Marisol Álvarez- no fue suficiente para segar su vida. Fue necesario que el forense confirmara que solo estaban mortalmente heridos, que el juez Gustavo Gaitán Lara ordenara el tiro de gracia y que un oficial del Ejército, presumiendo su desalmada frialdad de militar, disparara un balazo directo a la sien de cada reo para asegurar el cumplimiento del castigo.

El “espectáculo” resultó tan grotesco que pasaron a ser los últimos fusilados de la historia. Millones de padres de familia se desayunaron con las salvajes escenas, y otros tantos niños y niñas lo presenciaron todavía desde su camita. Por supuesto, los diarios hicieron fiesta con un tiraje extraordinario y oportuno para satisfacer el morbo de sus lectores. Hasta los congresistas se sintieron abrumados por la transmisión “en vivo y a todo color”, tanto así que algunos trataron de mitigar tanta miseria moral por medio de un decreto que suprimió el fusilamiento y lo sustituyó por el “más humano” método de la inyección letal.

Por supuesto, el hecho no fue ningún disuasivo y de entonces para hoy el panorama de violencia en el país se ha agravado terriblemente. Y a la hora de debatir las posibles soluciones ante tal problemática, una de las más socorridas ha sido siempre la aplicación de la pena de muerte, a contrapelo de quienes sostienen que existen soluciones más racionales y civilizadas para resolverlo.



Sin embargo, el miércoles 25 de los corrientes, los magistrados de la Corte de Constitucionalidad (CC) zanjaron de una buena vez las discrepancias al declarar la inconstitucionalidad de cinco delitos contemplados en el Código Penal que se castigaban con la pena capital. Estos eran: parricidio, ejecución extrajudicial, plagio o secuestro, desaparición forzada y muerte del presidente o vicepresidente de la República. A ellos se agrega la expulsión del asesinato, declarado por la misma Corte en 2016.

La CC puntualiza en su resolución que la pena capital se reguló para tales delitos, en una fecha posterior a la ratificación de la Convención Americana sobre Derechos Humanos (Pacto de San José) y aplicarlos representa un incumplimiento a lo pactado, por lo que no puede ser parte del ordenamiento jurídico nacional.

Con esta resolución, prácticamente desaparece la pena de muerte del sistema penal. Algunos especialistas han alegado que no correspondía a la CC pronunciarse al respecto, porque el artículo 18 de la Constitución concede al Congreso de la República la facultad de abolir el castigo. No obstante, al eliminar la sanción a todos los delitos a los cuales le era aplicable, ello significa una abolición de hecho. Por tanto, lo recomendable sería que el Legislativo, como una acción meramente política, recoja sus miserias y decrete la abolición en definitiva.

Mientras tanto, las propuestas electorales de Zury Ríos y Alejandro Giammattei, respaldadas por gente ultraconservadora como Lucrecia Marroquín de Palomo, Giovanni Fratti y Ricardo Méndez Ruiz, se derrumbaron y el panorama en su entorno debe ser patético, por la sencilla razón que esa, la pena de muerte, era su propuesta central de combate a la criminalidad. Mejor dicho: su única propuesta. Jamás plantearon alguna otra Nunca hablaron de reformas ni de previsión. ¡Pobres políticos estos!




Y que conste que el Estado de Guatemala en más de una oportunidad aplicó la pena de muerte sin pasar por la vía jurídica. Los más de 1 300 jóvenes pandilleros asesinados dentro del “proyecto” de limpieza social aplicado en tiempos de Óscar Berger es un tema que todavía está pendiente de ventilarse e implicaría -una vez más- a Carlos Vielman, Eduardo Sperinsen y el propio Giammattei.

Así que, de manera inesperada, Guatemala de pronto se inscribe en la lista de países civilizados, seguidores de la legislación penal moderna, de las tendencias abolicionistas. Lamentablemente, quienes no parecen darse cuenta de la importancia de este salto de calidad es la mancuerna presidencial, Jimmy Morales y Jafeth Cabrera, quienes siempre han gritado a voz en cuello su inclinación retrógrada y fascista de apoyar la pena máxima y esta vez no han dudado en descalificar la resolución de la CC.



Aunque no se descartan acciones futuras para intentar reposicionar el tema, estimulando la emotividad en la población que es víctima de la violencia, se debería aprovechar la nueva escena para construir propuestas que de verdad terminen con las condiciones que propician la criminalidad en Guatemala. ¡Que sea un auténtico triunfo de la vida! Y en lo particular, me alegra que ningún periodista tendrá que pasar por la amarga experiencia de ser cómplice involuntario de un Estado que en lugar de cumplir su mandato del respeto a la vida de sus ciudadanos, se regodea hipócritamente al asesinarlos legalmente.  

No hay comentarios:

Publicar un comentario