Todo
lo que deseaba en la vida era ser y, sobre todo, cantar como Marvin
Gaye, cuya voz le parecía fuera de este mundo. Por lo mismo, la muerte a balazos de su ídolo era algo que le mordía el alma desde que ocurriera, porque jamás imaginó que un ser
de voz celeste pudiese caer asesinado a balazos. Lo había admirado
desde que escuchó sus primeros éxitos; esos que lo consagraron como
el Rey del Soul y esperaba que llegaría más lejos aún. Por eso maldecía el trágico final de
aquel jilguero negro: “Sólo un hijo del demonio puede matar así
a un ser humano de alma tan fascinante”, mascullaba en sus
soliloquios.
Un
día decidió hacer lo necesario para cumplir ese deseo tan suyo de
ser como su ídolo. Tenía muy buena voz, le decían todos. Pero,
claro, no se podía esperar que algún día alcanzara un Número 1 en
el Hit Parade de Estados Unidos o del Reino Unido por varias razones.
Una, que su piel no era oscura, Y dos, que no había nacido en
ninguno de esos países sino en Guatemala, país donde ni siquiera
existe una pequeña industria musical. Grabó un par de discos, de los
cuales solo uno, el primero, alcanzó a ser difundido por unos dos
meses en las radios del país.
Junto a ese triunfo superficial llegó también, como suele
acontecer, cierta fama mal administrada. Chicas, alcohol y noches de
desenfreno total pasaron a ser la esencia de la vida para Isaac, que
así era su verdadero nombre, aunque todos lo conocían por el artístico y agringado Jay V. Y
con esos 15 minutos tan importantes como fugaces en su vida, no tardó en llegar la
depresión.
Y es que de pronto ya no era tan solicitada su presencia en
fiestas y el interés por la música fue cayendo en el olvido. Olvidaba mencionar que dos
golpes severos había sufrido en este transcurrir: la muerte prematura de
su compañera, quien padecía un problema cardíaco congénito y, luego, la
pérdida de su casa, que había hipotecado para financiar sus éxitos
fracasados.
Así
que no se trataba únicamente de depresión. También se
agregaba el nefasto ingrediente de la soledad... y un inesperado
invitado: polvo blanco de cualquier calidad y en cualquier cantidad.
Era su compañía predilecta en las largas horas de reclusión en el
cuarto que ocupaba en la casa de su padre (a donde había tenido que
mudarse) y donde consumía droga y películas pornográficas por
tiempo indefinido.
Ese
día amaneció inexplicablemente contento. Era 1 de abril y al día
siguiente sería su cumpleaños; justo en la misma fecha de Marvin,
sólo que 15 años después. “¡35 años!”. “¡Qué cerca estoy
de la vejez”!, pensaría al verse en el espejo. Era domingo y sus
amigos llegarían a celebrarlo por la tarde. De pronto se acordó de
algo que le habían obsequiado la noche anterior: un buen lote de grillos para la celebración que
tendrían ahí, en la casa de don Abraham, su padre, nombre muy
acorde a su condición de pastor cristiano mega fanático.
Todavía con modorra salió de la cama y buscó entre sus discos el Masterpiece de The Temptations, una
vieja grabación de 1973 que se había consagrado como uno de sus favoritos (igual que Marvin). Sonaron las primeras notas de Hey Girl e Issac a canturrearla:
Hey
girl, tell me what's your name? /
I,
I like your style/
Can
I stick around and wrap to you a little while? /
And
hey, girl, don't turn away (don't turn away)/
Please
listen to what I have to say...
De
pronto el extásis se rompió. Como cada mañana desde que regresó a la casa, el pastor llegaba hasta
su puerta. No era una visita grata en absoluto para Isaac. En lugar de un saludo paternal, despiadados golpes atacaban la puerta. A ello seguía la inevitable perorata de inspiración bíblica:
“¡Por el Dios
Vivo que no voy a tolerar un día más de ofensas a su Gloria!
¡Levántate y anda a hacer algo digno de ti. Ya basta de esa vida de
perdición que sólo maldiciones y abominación traen a tu vida! ¡No
quiero que ensucies más esta casa con tus herejías!
(La puerta de
nuevo fue golpeada de manera terrible).
Y
la respuesta de Isaac no fue menos grave: "Vete de una maldita vez
al demonio, viejo decrépito y obsoleto. Estoy en tu casa pero esto
no autoriza a dirigir mi vida. No soy uno de los incautos que sueles
atrapar con tus asquerosos sermones. Déjame en paz por tu propia
salud”.
Lo
que siguió fue una tempestad ininteligible de imprecaciones,
maldiciones e insultos de todo color de id y vuelta. Hasta que, en
un momento, la puerta de la habitación fue derribada de un golpe
rotundo...
El
pastor Abraham entró abruptamente. En ese momento lo que menos
parecía era un religioso. Era una verdadera encarnación espectral. Los
ojos enrojecidos; la mirada perdida, el pelo desgreñado y la quijada
temblorosa. Sin duda en ese momento hubiese sido el modelo ideal para
el cuadro del demonio espantoso del Sueño de Hécuba, de Giulio
Romano. Pero ocurría algo más aterrador aún: el viejo portaba en
la mano derecha una Sig Sauer calibre 38 que había encontrado en un
terreno baldío años atrás, probablemente abandonada por alguien que pretendía deshacerse de indicios de algún crimen.
Sin
pensarlo mas, como poseído por una legión demoníaca, mascullaba
versículos bíblicos de salvación del alma y condenación del
Maligno, al tiempo que descerrajaba la escuadra en la cara de su
hijo, cayendo fulminado en el acto. Más o menos como Marvin Gaye.
El
pastor también cayó desplomado junto al cadáver ensangrentado y
desfigurado de Isaac, sobre el cual se lanzó a llorar amargamente.
“¡Oh,
Padre ¿Qué he hecho? ¿Por
qué has permitido que el diablo me llevara a cometer esta locura?
¿Por qué tu poder no se ha manifestado para impedirlo? Acto seguido
pareció recapacitar y reponerse un poco.
Con su rostro transformado
en cuestión de segundos, alzó una dulce mirada hacia el cielo falso
y alcanzó a clamar con voz muy débil. “¡No, no ha sido el
demonio! ¡Ha sido tu Santa voluntad, porque al fin y al cabo siempre
he hecho lo que tú me has inspirado!
El
pastor guardó silencio, con la mirada perdida se repetía que no
era su culpa; que tan solo lo había inspirado aquel pasaje
maravilloso del Patriarca Abraham y su hijo Isaac.
Lo
que no entendía era, por qué el Señor esta vez no envió un ángel
a detener su mano.
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