Por: Edgar Rosales
A medida que avanzaba la
noche del domingo 26 de noviembre y se filtraban los primeros
resultados de las votaciones celebradas ese día en Honduras, también
empezaron a acrecentarse el temor y la incertidumbre. Y es que, antes
de la medianoche, el rumor acerca de la posibilidad de consumar un
escandaloso fraude electoral había crecido con gran intensidad.
Contrario a lo que ocurre
en la mayoría de países que actualmente celebran eventos
electorales, el conteo en Honduras se hizo exasperante, lento y cada
vez menos confiable, al grado de que casi una semana después aún no
se había dado a conocer la estadística final y el fraude parecía
un hecho consumado.
Y a medida que se
desarrollaban los acontecimientos, muchos caímos en la cuenta de que
algo de eso que ocurría ya lo habíamos vivido en Guatemala algunas
décadas atrás: interrupción de conteo, datos congelados,
proclamación simultánea de dos triunfadores, desaparición de papeletas,
alteración de actas y, en resumen, abundantes y sólidas denuncias
que daban crédito a una escandalosa estafa electoral.
De golpe retrocedimos a
los años 70, cuando el Estado guatemalteco transgredió el último
recurso del cual disponía para asegurar su legitimidad: los procesos
electorales limpios, diseñados -según la teoría clásica- para
asegurar la esencia de un Estado respetuoso de su propio régimen de
legalidad. (Ese mismo Estado delincuente que muchos militares se
refocilan con torpeza al decir que lo salieron a defender de
“criminales”, cuando el primero en transgredir su sistema legal
había sido el propio Estado).
Al revivir aquel 1974,
cuando aún no ejercía el derecho de votar, vino a mi mente que en
esa ocasión -al igual que ahora en Honduras- se había generado una
enorme esperanza popular hacia el Frente Nacional de Oposición,
integrado por el partido Democracia Cristiana y los comités
propartido Frente Unido Revolucionario Democrático (FURD) y Partido
Revolucionario Auténtico (PRA), los cuales lograron articular un
proyecto democrático alrededor de sus candidatos presidencial y
vicepresidencial, Efraín Ríos Montt y Alberto Fuentes Mohr,
respectivamente, y el apoyo fundamental del entonces alcalde
municipal, el carismático Manuel Colom Argueta.
FRAUDE MONUMENTAL. En 1974 el Gral. Ríos Montt logró unificar a grandes masas de la población, gracias al apoyo que le brindaron los partidos que formaban el Frente Nacional de Oposición.
Ahora bien, una
diferencia importante respecto de Honduras es que los números que
dieron ganador a Ríos Montt respecto del candidato oficial, Kjell
Laugerud, hacían una diferencia kilométrica. Se ha estimado en 54 %
(que le daban victoria absoluta) versus 30 % del segundo lugar. En el
caso hondureño son algunos puntos los que separan al presidente Juan
Orlando Hernández del segundo lugar, ocupado por Salvador Nasralla.
En uno y otro caso se demuestra que las cifras obtenidas no son
obstáculo para propiciar maniobras fraudulentas, cuando se busca a
toda costa beneficiar a determinado candidato.
Y al igual que lo hacen
hoy los catrachos, la población chapina indignada ante el pisoteo a
su voluntad se lanzó a protestar en las calles en contra del
descarado fraude, protagonizando disturbios que se prolongaron por
varias semanas. La represión gubernamental no se hizo esperar y
causó víctimas entre los manifestantes, tal el caso de un
sindicalista acribillado a pocos metros de la Municipalidad
capitalina y el asesinato del periodista Mario Monterroso Armas, como
resultado de su activa y férrea oposición a la dictadura y a la
burla de la voluntad popular.
Al momento de escribir
este artículo, se reportan brotes cada vez más intensos de
descontento en la hermana república hondureña, con los
consiguientes actos represivos por parte de las fuerzas armadas. Para
colmo, la actitud de la comunidad internacional y en particular, de
Washington y la OEA, no ha contribuido mayor cosa a crear un clima de
paz; al contrario, su exhortativa a que los candidatos acepten los
resultados, en lugar de aclarar las denuncias de fraude, solo han
avivado los actos de protesta e incendidado la indignación del
pueblo.
PROTESTA Y CAOS. La cada vez más fuerte percepción de haber ocurrido un fraude un favor del presidente Hernández, ha desatado en Honduras todo tipo de protestas; incluso, manifestaciones de tipo vandálico.
Al final, la solución al
fraude del 74 no fue resultado de la presión popular. Esta sólo
sirvió para confirmar el repudio que el régimen de turno
(encabezado por el general Carlos Arana Osorio (el Chacal de Oriente)
causaba entre la población. Fue resuelto mediante un pacto palaciego
suscrito entre el presidente y el candidato del Frente Nacional de
Oposición, Efraín Ríos Montt, quien partió hacia España -cuando
las manifestaciones públicas estaban en la fase más álgida- en
calidad de Agregado Militar.
Esta actitud cobarde e
irrespetuosa hacia las expresiones populares, obviamente acabaron con
las protestas pero a partir de entonces el país se abriría a una
nueva etapa de enfrentamiento, toda vez que el fraude había
demostrado que se agotaban las opciones de la democracia. Apenas un
año después, resurgía con enorme vigor el movimiento guerrillero,
ahora abanderado por el Ejército Guerrillero de los Pobres (EGP).
En el caso guatemalteco,
cabe señalar que los fraudes electorales se repitieron en 1978 y
1982, como producto del autoritarismo militar y el control que el
Ejecutivo ejercía sobre la actividad política y las autoridades
electorales, entonces delegadas en el Registro Electoral. En cuanto a
la oposición democrática, esta se encontraba más preocupada en
preservar la vida de sus dirigentes que en promover la exigencia de
avances democráticos.
Fue hasta 1984 cuando
Guatemala inició un proceso democratizador, que a la fecha no
evoluciona ni concluye. Y que no satisface porque, lejos de
fortalecer la praxis democrática, ha sido una puerta para el acceso,
no de políticos verdaderos, sino de mafias y corruptos al poder.
Pero eso no enturbia el logro de haberse sacudido el vicio que
enturbiaba los procesos políticos. Quiérase o no, desde que se
eligió la Asamblea Nacional Constituyente todos los eventos
electorales han sido transparentes y legales. Sin duda con errores,
pero lejos de la sombra de las manipulaciones de antaño.
Por ello, es vital el
rechazo al fraude electoral en Honduras. Es un principio elemental
que debe expresar toda persona con vocación demócrata,
independientemente de su posición ideológica específica. Aunque los resultados finales del Tribunal Supremo Electoral hondureño dan como ganador a Hernández, todavía falta ver si la población acepta este resultado o si, tal como ha estado ocurriendo en los últimos dos días, se agudizan las expresiones de protesta y el país vecino se precipita a una crisis más grave aún, la cual ya alcanza dimensiones de problema humanitario por la cauda de muertos, heridos, encarcelados y desaparecidos que se reporta preliminarmente.
En todo caso, ojalá
los hondureños no se queden estáticos frente a los resultados. La gran lección que deja este evento fraudulento es que no pueden dejar de corregir las anomalías políticas materializada el 26 de noviembre, antes de que se arraigue en su
sistema como práctica insufrible. Y, por supuesto, también es una lección para democracias endebles como la guatemalteca, la cual está urgida de renovar sus métodos de participación o, de lo contrario, puede producirse un retroceso a los tristes episodios de épocas pasadas.
En las
manos de la Casa Blanca está la gran disyuntiva: o contribuye a
aclarar el panorama en Honduras -respetando las decisiones que
competen a los catrachos- o estimula la clausura de la opción
democrática en Latinoamérica, con el riesgo de que en su lugar
pueda resurgir, ¿por qué no?, una alternativa dictatorial que nos
lleve de retroceso, más o menos como ocurría en esos años 70 que, hasta ahora, se creen olvidados.