Por Edgar Rosales
La mayoría de reporteros alguna vez
han experimentado ese deleite único que se siente al pillar a
alguien en malos pasos… aunque no sea así. Lo importante es
cumplir con las dos reglas de oro que al salir de la redacción le
impuso el editor: “todo funcionario es corrupto hasta que demuestre
lo contrario”. O bien: “quiero que vayás con este fulano
político y le encontrés un elefante rosado. Y si se puede,
encontrale dos”.
Lo anterior no es exagerado. Me consta
por haberlo vivido durante más de una década de ejercicio
periodístico. Pero así es el esquema dentro del cual opera la
mayoría de medios de comunicación guatemaltecos, sean impresos,
televisivos, radiodifundidos o digitales: la noticia debe vender o no
es noticia.
Esa conducta “periodística”
sustentada en el odio social que sataniza a la clase política
mientras bendice a los empresarios (tan nobles y respetables ellos),
nos recuerda que en los últimos tiempos se ha desatado una especie
de moda anticorrupción, la cual hace creer que este es el origen de
todos los males de nuestra sociedad, cuando en realidad es un efecto
de tantos problemas y déficits acumulados históricamente.
Ese proceso anticorrupción ha tenido
el efecto de plantear la necesidad de depuración de los malos
representantes de las instituciones. Así se han empezado a depurar
algunos partidos políticos, se depuró la administración de
justicia (aún falta mucho). Igualmente, hay demandas de depuración
del Congreso, del Ejército y de la sociedad civil. Sin embargo, por
ningún lado se escucha ni se propone otra necesaria depuración. “¿Y
la prensa para cuándo?”, tal como se proclama cada vez que se
pretende la persecución de ciertas instituciones o personajes.
Y es que la prensa no puede sustraerse
a su responsabilidad en la construcción de la debacle nacional.
Cuando se privilegia, por ejemplo, cierta especie de periodismo
“investigativo” tan activa y decididamente contra los gobiernos
de Alfonso Portillo y Álvaro Colom, pero que casi desaparece en los
períodos de Álvaro Arzú y Óscar Berger, se concluye que los
medios abandonan su papel informativo, formador y de entretenimiento
según se acoplen a su descarado activismo político.
Lo anterior no es casual y tiene cierta
lógica: a la prensa no le costó ni una gota de sangre la
construcción de la democracia en Guatemala, como sí nos costó a
muchos otros sectores sociales. ¿No lo cree? Haga el esfuerzo de
buscar en una hemeroteca cuántas notas se publicaron acerca de las
terribles masacres perpetradas durante la guerra interna y se dará
cuenta que fue un acontecimiento escondido de la manera más
perversa, porque era uno de tantos sectores coaligados con los
bloques hegemónicos de entonces. Cabe decir, por tanto, que la
prensa no solo no contribuyó a la democracia, sino que ahora es una
cínica usufructuaria de sus beneficios.
Como empresas que comercian con las
noticias, ese activismo político actúa descarnado bajo el eufemismo
de “periodismo independiente”. Vea nada más ese Siglo 21
envilecido y entregado sin rubor a los intereses de la Línea o la
Fundación Terrorista. ¿En qué grado de miseria moral se ubica un
Peladero que ha corrompido absolutamente la función editorial para
dedicarse a destruir personas, familias e instituciones… hasta que
a su autor se le abran nuevas fuentes de “financiamiento”? Y en
rotativos venidos a menos como La Hora, un lector solo puede esperar
desfogues hepáticos de su director, quien se estancó en los mismos
temas personales y con la misma pobreza de léxico de hace 25 años.
Lo peor es que medios alternativos como
Nómada apenas tienen incidencia marginal, debido a que sus
promotores aún no superan la fase egocéntrico-narcisista que a todo
joven periodista le es inherente. Superioridad moral que se diluye al
ser financiados por Soros, cuya trayectoria al servicio de la CIA
debiese bastar para llenar de vergüenza a quienquiera que reciba
dinero de sus manos.
En fin, una sociedad que aspira a
superar la corrupción, a encaminarse por senderos positivos y hasta
a “refundarse” no puede contar con una prensa corrupta. Es hora
de exigir: ¿y la prensa para cuándo?
No hay comentarios:
Publicar un comentario