Por: Édgar Rosales
A mi recordado amigo, Alfredo Balsells
Tojo le escuché decir, allá por 1996, que el primer deber de un
demócrata es aceptar las reglas de la democracia, por duras que
parezcan. Lo decía en un círculo común, en el cual se comentaba
con desaliento la reciente victoria de Álvaro Arzú, y luego
subrayaba con mucha convicción: «Sabemos que el pueblo se ha
equivocado al votar de esta manera, pero equivocado y todo, los
demócratas verdaderos debemos aceptar su decisión».
Esas palabras vinieron a mi mente luego
de conocerse los resultados electorales del 2015, cuando el pueblo
guatemalteco -una vez más- se equivocó abrumadoramente al elegir a
alguien cuya credencial más conocida era la de comediante. Y lo
apoyó, pese a que durante la campaña ofreció pruebas rotundas de
escaso criterio político y ninguna capacidad para ejercer el
principal puesto público del país.
Pero, ni modo, era la voz el pueblo y
con ese espíritu democrático, enfatizado por don Alfredo, hubo que
aceptarla sin remedio. Empero, respetable y todo, la decisión
popular de encumbrar a Jimmy Morales a la Presidencia, confirmó que
para la mayoría de votantes no pasan de ser palabras vacías
aquellas trilladas invitaciones a «meditar el voto», que se ponen
en boga durante cada campaña electoral.
Lamentablemente, reflexionar es lo
último que hacen los chapines cuando de elegir se trata,
especialmente esas capas medias capitalinas que ampulosamente se
autoproclaman «el voto pensante», cuando en la práctica suele ser
mucho más analítico el voto rural, cuyos electores saben cuáles
son los problemas que les urge resolver y cuál de los candidatos a
alcalde puede darles respuesta. Así de simple, pero pensadito.
Informe "Entre amigos". La oposición legislativa manifestó su rechazo a las mentiras oficiales, al no asistir a la lectura del Informe de dos años de gobierno. (Foto Prensa Libre)
En el contexto urbano nacional esas
consideraciones no entran en juego y el sufragio se emite bajo el
influjo de emociones: unos con el hígado en la mano, prestos a
castigar al mal portado; otros, con el corazón desbordado por el
optimismo y la esperanza, dispuestos a perdonar y dejarse engañar
por un nuevo vendedor de ilusiones.
Sin embargo, lo de 2015 fue una mezcla
de onanismo e ingenuidad. Una perversa autocomplacencia de creer que
tras el destape de La Línea y la reclusión de sus principales
jerarcas se enviaba un mensaje contundente a la corrupción, el cual
debía refrendarse en las urnas. E ingenuidad, por creer ilusamente
que un anodino sin experiencia, sin capacidad política pero con una
cohorte de chafarotes gruesos y sin plan de gobierno ni equipo
calificado, podía representar la fórmula mágica que le abriera
nuevas oportunidades a la sociedad.
Han transcurrido dos años desde la
toma de posesión de Morales, cuyo acto memorable fue el ridículo de
colocar las manos sobre la pantalla del televisor. Apenas dos años,
pero ahora son contadas las personas que aceptan haber cometido
aquella equivocación; reacción lógica frente a las dimensiones del
fracaso. Hasta sus otrora fervientes Jimyliebers, léase Dionisio
Gutiérrez (quien lo apoyó públicamente), Enrique Godoy, Juan Luis
Font y Daniel Hearing (quienes lo apoyaron solapadamente) y toda la
oligarquía neoliberal más la borregada de la Marro (que lo apoyaron
cerrilmente) han visto cómo su recomendado los hizo pasar del
entusiasmo al estupor; del optimismo a la indignación y, ahora
cuando el daño ya está hecho, al hartazgo y la vergüenza.
De sobra se sabe que los famosos
informes presidenciales suelen ser una colección de mentiras,
fantasías y medias verdades artificiosamente ilustradas. Sin
embargo, este segundo informe se ha volado la barda en cuanto a
contenido. Mejor dicho, en cuanto a ausencia de contenido; de
realizaciones demostrables; de explicaciones convincentes acerca de
lo que es un hecho irrefutable: su carencia total de compromiso hacia
la sociedad.
Los ciudadanos hubiésemos esperado que
se nos explicara por qué la cobertura en los niveles preprimario y
primario ha caído estrepitosamente, al pasar de 98 a 78 % en nueve
años, según datos del propio Mineduc. Sin resolver este problema,
de muy poco sirve que se cumplan 180 días de clases si se atiende
solamente a un segmento de población. Sin duda los lectores se
enteraron que en 2016 hubo más de 1.6 millones de escolares sin
posibilidades de asistir a la escuela. Pues bien, en 2018 serán
otros 540 mil sin esa posibilidad.
Mentira monumental en educación. ¿Cómo puede hablar el presidente de reducción de la deserción escolar, si el programa de Transferencias Monetarias Condicionadas, el mejor mecanismo para evitar dicho problema, prácticamente no registró movimiento presupuestario en 2017. (Foto Prensa Libre).
Lo peor es que los programas sociales
prácticamente desaparecieron y pese a que algunos se incluyeron en
el presupuesto 2017, el Mides fue incapaz de ejecutar un solo centavo
asignado, reduciendo las posibilidades de atajar la pobreza.
Tampoco pudo decir mayor cosa en
materia de seguridad, salvo que se mantuvo la tendencia iniciada en
2009 de mantener el descenso en la tasa de muertes violentas, pero
que a estas alturas es insuficiente para traducirse en percepción de
seguridad, verdadero hito al que aspiran las sociedades que han
derrotado al crimen. Ese resultado, no obstante, puede revertirse en
tanto no se recuperen programas de prevención que empezaron a ser
exitosos, ni se implementen nuevos destinados a la prevención.
En cuanto a la clase media, esa masa
impensante que lo llevó a la silla, ha resultado golpeada con
severidad. Con un crecimiento económico que no alcanzó 3 % , sin
mayores esperanzas de rescatar el hábito del ahorro, una drástica
caída en la capacidad de consumo y con proyectos para emprendedores
que no pasan de buenas intenciones en papel, se perfila un 2018
cuestarriba para este sector.
Y, por supuesto, no hubo explicación
acerca de sus oscuras maniobras en contra de la lucha anticorrupción
y que lo han retratado como un auténtico abanderado de las mafias,
de grupos ultraconservadores, de fanáticos desfasados y un
oportunista capaz de autorrecetarse escandalosos bonos, con la
bendición de chafarotes oscuros.
Y así, con cero logros, se han
extraviado los primeros dos años de Jimmy Morales. Literalmente
lanzados a la basura. Lo grave es que todavía faltan dos…