Hoy quise descansar un poco de los temas sociales y decidí compartir algunos escritos, reflexiones o lo que sea, que algunas veces acuden a la mente en ese eterno intento de explicarnos el mundo. Aunque a menudo ello no pase de ser una mera chanza. Aquí le dejo dos.
Aquí
no todos se conocen
Hice
la prueba el otro día cuando fui a un centro comercial.
Primero
vi a una señora algo entrada en años. No tenía nada
particularmente llamativo. Una dama guatemalteca común y corriente;
con lonjas por aquí y por allá y con un vestido de color indefinido
que sólo acentuaba las libras de más.
Al
encontrarse nuestras miradas me sentí un poco desconcertado. Ella
también me vio pero casi en el acto dirigió la mirada hacia otra
dirección; sin duda viendo algo más interesante que yo.
Fue
entonces caí en la cuenta: ella no me conocía, y yo a ella, menos.
Lo
mismo ocurrió al entrar a Walmart. En cada pasillo miraba con
cuidado a todas las personas que encontraba; listo para saludarlas.
Apenas
pude hacerlo con dos o tres. A la mayoría, no porque no me conocían,
ni yo a ellos (as),
Al
llegar a la caja había una larga cola. De nuevo, al deporte de
buscar caras conocidas.
“No
conozco a esa joven de leggins rosados”. “Tampoco a ese señor de
bastón”. “A ese patojo de gorra color caca de mico jamás lo
había visto”.
“Ah,
allá está mi vecino, el doctor Crápula con esa su cara de piedra y
mirada de gorila. A ese maldito vaya si lo conozco, pero no lo saludo
por mal caedor. Ah, y por idiota”. “Y de todo aquel otro grupo de
más lejos... No... a nadie.”
El
ejercicio se repitió en otros lugares que visité, con idénticos
resultados.
Parecía
un mundo desconocido lleno de desconocidos.
Fue
entonces cuando llegué a la terrible conclusión. No es cierto que
los refranes sean sabios, como nos han hecho creer. ¿A quién se le
ocurrió eso de que “Esta Guatemala es un pueblón. Aquí todos nos
conocemos?”
Pero
la realidad es que no conozco a nadie.
Y
nadie me conoce.
¡Maldita
sea su estampa!
-2-
Lo
que de veras lleva el río
Todo
ocurrió la primera vez que fui al Río La Pasión, allá en el
lejano pueblo de Sayaxché.
Había
llovido de a gordo. En una hora y medida se precipitó lo que
normalmente cae como en 15 días, según decían los lugareños. Los
Sayaxchenses.
Iba
caminando por la orilla todavía húmeda, con algunos tramos hechos
lodo. Chas, chas sonaban mis botas de cuero café, al chapotear sobre
los pequeños estanques que había formado la lluvia.
De
pronto me detuve a contemplar una pareja de tucanes que desde lo alto
de un árbol saludaban el ambiente gris que había dejado la lluvia.
Sin duda el agua había tenido un soberbio efecto refrescante para
ellos, luego de varios meses de lloviznas afeminadas que sólo
alborotaban el calor.
Fue
entonces cuando escuché el ruido aterrador. Era realmente fuerte y causaba temor; algo que nunca había
oído. Venía del río. Con la lluvia este había crecido de manera
desmedida y ahora corría en dirección Norte, acarreando
consigo todo cuanto encontraba a su paso.
Curioso,
me acerqué para observar el paso de la corriente. Agudicé la mirada
al máximo.
Arrastrados
por la furia de La Pasión flotaban, sin oponer resistencia, un amplio mosaico de objetos: botellas de vidrio, botellas de plástico, pedazos de cartón,
desechos de metal, papeles de toda clase, restos de cuero, retazos de madera,
hojas desprendidas de mil árboles, un sombrero viejo, zapatos
impares, discos compactos inservibles y un perro muerto. Hasta
cadáveres de pescados navegaban sin rumbo.
Permanecí
un rato así, entregado a la extraña como inútil tarea de clasificar visualmente aquel desfile
de inmundicias. Al cabo de un rato se fueron haciendo más espaciados
los objetos arrastrados hasta que todo volvió a ser corriente de agua nada más. Y fue entonces cuando llegué a una inexorable
conclusión:
“El agua no llevaba una sola piedra en su precipitada carrera”.
Así de mentirosos son los refranes. No me explico cómo hay gente que los repite y repite de manera tan irresponsable, haciendo creer a otros que se trata de verdades incontestables.
"¡Ay de aquel que me vuelva a decir que cuando el río suena, es porque piedras lleva!”.
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